LA HOSPITALIDAD[1]

Ión Etxezarreta

Ión Etxezarreta es autor del libro Hacia los más abandonados. Un estilo de evangelización. El hermano Carlos de Foucauld que en el año 1999 fue traducido al portugués por Ediçoes Loyola con el título Irmao Carlos de Foucauld. Ao encontro dos mais abandonados, con una introducción del P. Edson Damian, por entonces, asesor de la conferencia episcopal brasileña para las vocaciones y los ministerios.

Nuestro BOLETÍN, editor de la edición española, distribuye el libro a los interesados.

             La hospitalidad será otro de los medios apostólicos que el Hermano Carlos utilizará como irradiación de su caridad fraterna, y, lo mismo que en el caso de la limosna, como forma de contacto y penetración en medio de los hombres y mujeres saharianos. En él es quizás una de las características más claras y mejor conservadas de su experiencia trapense. El huésped, como en los monasterios trapenses, será siempre signo de la presencia del Señor y será identificado con el Señor mismo. Pero si la tradición trapense pesa fuertemente en él, el encuentro de esta tradición con la propia de los habitantes saharianos en cuanto a ofrecer hospeda­je a sus invitados (especialmente por parte de los notables: lo hemos visto en la recepción que los Iforas hicieron a las tropas francesas del Sudán, en el episodio del mal compor­tamiento de éstas, que provocó la indignación del Hermano) y de los marabuts religiosos en sus fraternidades (o “jauia”), no han hecho más que acrecentar en el Hermano Carlos la urgencia de la hospitalidad a todos y a los más pobres en especial, como signo distintivo del amor de Jesús, de aquel Jesús cuyos padres no encontraron alojamiento en la posada.

            Por ello, a los pocos meses de llegar a Beni-Abbés, cuando planea el edificio de la posible fraternidad, prevé la construcción de dos habitaciones para huéspe­des cristianos y una más amplia para los no cristianos[2].

            Siempre que trata de explicar a sus corresponsales el género de vida que desarrolla en Beni-Abbés, la hospitalidad aparece en sus cartas como una de sus actividades más propias. Así, al P. Jerónimo el 23 de diciembre de 1901: “La limosna, la hospitalidad, la caridad, la bondad, pueden hacer mucho bien entre los musulmanes y disponerlos a conocer a Jesús”[3]

            En la larga carta a Dom Martin (7 de febrero de 1902) que contiene el testimonio de su lucha contra la esclavitud, le comunica la terminación de la casa de los huéspedes que había diseñado el año anterior: “... pero los huéspedes, pobres, esclavos, visitantes, no me dejan un momento... desde el día 15 en que terminamos la casa para huéspedes, todos los días tenemos huéspedes a comer, a dormir, a cenar; sin contar un viejo enfermo fijo...”[4].

            Ante el trabajo que se acumula, el 15 de mayo del mismo año solicita a Dom Martin un hermano que le ayude; también en este caso es la atención a los huéspedes, entre otros trabajos, lo que ocupa una parte de la jornada: “... podría ejercer su gran caridad en la distribución de las limosnas, la hospitalidad (muy elemental) con los indígenas forasteros... está ya lista una habitación para huéspedes, otras dos se acabarán dentro de unos días...”[5].

            Todavía dos meses más tarde, 8 de septiembre de 1902, vuelve a contar su vida a Dom Martin. Tampoco falta en esta ocasión la mención de los huéspedes: “Veo a mucha gente, llevo una vida que no es variada, ni turbada, ni disipada, pero sí movida por visitas continuas: llaman a mi puerta más a menudo que a la de Vd.: pobres, esclavos y huéspedes”[6].

            Además de todos estos huéspedes de paso, ha recogido a los esclavos libertados con su dinero y a la vieja ciega María, con los que convive durante un tiempo. Así se lo manifiesta a su prima, Sra. de Bondy (28 de marzo de 1903): “María y Abd-Iesu siguen aquí; María no ha querido dejarse operar y prefiere seguir ciega y aquí; es muy tranquila y sencilla, parece querer acercarse sencillamente a Jesús”[7]

            Ya hemos visto que el Hermano Carlos quiere que la forma de su hospitalidad sea muy sencilla, y no parece que pudiera ser de otro modo dados los recursos y locales con que cuenta. Pero insiste en ello, diferenciando la hospitalidad proporcionada en sus frater­nidades de la que él conoció en los grandes monasterios.

            Tras una cierta experiencia de hospitalidad sahariana, escribe esto en su diario, en mayo de 1904: “No tratar de dar, estando solo, limosna y hospitalidad como lo haría una fraternidad de 25 hermanos: en la duda, amoldarme siempre a lo que Jesús hacía en Nazaret [...] haciendo al prójimo todo el bien espiritual y material que permitan los flacos medios y que inspire la caridad del Corazón de Cristo, como hacía Jesús en Nazaret [....]”[8].

            Su idea es que esta hospitalidad se ofrezca en todas las frater­nidades, pequeñas fraternidades, instaladas (es su sueño) en cada aldea: “Por otra parte parece que en todas las aldeas sin excepción, o al menos en todas las de alguna importancia, sería bueno establecer fraternidades, y, en su defecto, misiones (cuya tarea sería: 1º El cuidado de los enfermos; no hospital sino dispensario.  2º El ejemplo de la agricultura o más bien de la horticultura.  3º La hospitalidad y la limosna.  4º Si fuese posible, recoger y dar hospitalidad perpetua a los abandonados, viejos o jóvenes)”[9]

            Incluso piensa que durante los recorridos por el Sahara debe continuarse con la hospitalidad, aunque requiera formas especiales. Lo explica a consecuencia de su primera experiencia en una marcha, junio de 1904: “No parece que sea necesario dar a los huéspedes encontrados en el viaje, más que trigo. Esta hospitalidad concedida durante el viaje a huéspedes aislados y los pequeños regalos a otros viajeros que se encuentren, no deben darse más que en país targui, y no en la Saúra, ni en Tuat, Tiddikelt o Gurara. Parece que en el país targui habrá que llevar consigo unos 20 kgs. de trigo por mes para estos encuentros: no hacen falta azúcar ni café para dar, no forma parte de las costumbres del país, ni es conforme a la pobreza evangéli­ca. Estos regalos de trigo a los huéspedes de viaje son frecuentes, pues a menudo al anochecer se recibe una visita en el campamento y hay que dar de cenar al huésped”[10]

            Es importante subrayar como la caridad evangélica del Hermano Carlos va adaptándose a las costumbres del país. Es la necesidad concreta, como hemos visto también en el caso de la limosna, la que va marcando los modos de realización de la caridad. Este dinamismo es muy importante, además de otras razones, porque rompe los posibles fundamentalismos que podrían derivarse de un carácter tan apasionado como el del Hermano Carlos, y le hacen vivir, incluso a su pesar, en la realidad más concreta y vulgar.

            Este mismo realismo se manifiesta cuando, tras algunas experien­cias decepcionantes, se pregunta a quién hay que dar albergue: “Vista la costumbre que tiene la gente de dormir al aire libre, y los inconvenien­tes de albergar en casa a desconocidos que roban, se pelean y se comportan muy mal, no parece conveniente ofrecer techo en la fraternidad a cualquiera que venga; sin embargo, hay que tener alojamiento para los indígenas y ofrecer un techo a la gente honrada o a los demasiado desgraciados o aislados, a los viejos sin techo; incluso habría que recoger durante largos meses a enfermos abandonados, tener una especie de asilo para algunos ancianos [...] La hospitalidad de alimentación durante un día a cualquiera que venga, durante más largo tiempo, a algunos; la hospitalidad de techo, solamente a los que se conoce y a los que se comporten bien, y la hospitalidad perpetua a los enfermos, ancianos o niños abandonados que se comporten bien”[11].

            A continuación se pregunta si será conveniente construir hospita­les y escuelas en los lugares de residencia fija, y se contesta: “En general, los hospitales y escuelas a la europea no parecen tener lugar en el Sahara: donde se pueda tener locales para acoger a los enfermos y educar a los niños, hará falta que sean locales conformes a las costumbres, a la pobreza, a la rusticidad de los indígenas. Parece mejor organizar al principio sólo residencias, y establecer los hospitales y escuelas en la medida en que el conocimiento del país vaya mostrando a los misioneros que ha llegado el momento de fundarlos”[12].  Insistimos en lo ya dicho al hablar de la limosna: no se trata de un modo paternalista de llegar y asombrar a aquellos pobres, sino de aceptarlos y asumirlos desde ellos mismos, y como ellos mismos son. Lo que no quiere decir que no deba de haber un proceso civilizador, todo lo contrario, pero sin “romper” innecesaria­mente una cultura vivida durante largo tiempo.

            También en este sentido, el trapense irá convirtiéndose (aunque nunca lo logre totalmente), como era su más profundo deseo, en hermano universal, para dar a conocer a través de esta fraterni­dad así establecida al Único Hermano Universal, Jesucristo.

            De esta manera tan humana y delicada hará verdad el Hermanno Carlos lo que había propuesto en la Regla de los Hermanitos del Sagrado Corazón: “Art. XXX. Caridad para con las personas de fuera: Los Hermanitos del Sagrado Corazón darán limosna, hospitalidad y medicinas, con una extrema caridad, como a hermanos muy queridos, a todos los que se lo pidan, sean cristianos o infieles, buenos o malos. Rodearán de especiales cuidados a los pobres y desgraciados, miembros sufrientes de Nuestro Señor Jesús, y a los pecadores y a los infieles, para  vencer  al  mal  por  el  bien.  No harán en manera alguna acepción de personas, a no ser por razones de salud; darán a todos los huéspedes, más pobres o más ricos, la misma alimentación, el mismo alojamiento, los mismos cuidados, viendo en todos al único Jesús. Que su universal y fraternal caridad brille como un faro; que nadie, ni pecador ni infiel, ignore en mucha distancia a la redonda que ellos son los amigos universales, los hermanos universales, que consumen su vida rezando por todos los hombres sin excepción y haciéndoles el bien; que su fraternidad es un puerto, un asilo donde todo humano, sobre todo si es pobre o desgraciado, es fraternalmente invitado, deseado y recibido a cualquier hora; que la fraternidad es, como su nombre indica, la casa del Sagrado Corazón, del amor divino que irradia sobre la tierra, de la caridad ardiente, del Salvador de los hombres”[13].

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[1] Capitulo IV. Medios de apostolado del hermano Carlos. Apartado IV, 156-162.

[2] Cf. Carlos de Foucauld, Carnet de Beni-Abbés, 46.

[3] Carlos de Foucauld, Lettres à mes frères de la Trappe, 266.

[4] Ibídem, 277.

[5] Ibídem,  293.

[6]   Ibídem,  303

[7]   Carlos de Foucauld, Lettres à Mme. De Bondy, 112.

[8]   Carlos de Foucauld, Carnet de Beni-Abbés, 103.

[9]   Ibídem, 112.

[10]  Ibídem, 126.

[11] Ibídem, 127.

[12] Ibídem, 135.

[13] Carlos de Foucauld, Oeuvres spirituelles de Charles de Jesús, père de Foucauld (anthologie), 429

 

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