iOh tú, que excusas a aquel que gusta vivir en la ciudad y clamas contra el que ama los desiertos! (...) Si pudieras saber lo que el desierto encierra (...) Si sobre el tapiz de arena, alguna vez hubieras amanecido en el desierto (...) O hubieras extendido tu mirada la mañana después de la tormenta (...) Abd-al-Qadir, (emir argelino m. en 1883)
Crónica de un “Desierto” en Tarrés Este año, por primera vez, tuve el gozo de asistir al Aplec de Tarrés. Conocí a muchas personas, pequeñas y mayores, formando una familia que se aman. Me acompañaron a ver la ermita y, desde que entré, supe que un día podría volver, para hacer plegaria, o silencio, no lo sabía todavía. Después, mientras los días pasaban, iba buscando el momento adecuado y, casi sin darme cuenta, empecé a pensar en cómo podría ser aquella experiencia. Hacía falta prepararlo todo. El reparto del tiempo, la lectura, el tiempo dedicado al silencio. Pero evidentemente, hacía falta que todo estuviera en función de lo más importante: mi actitud, que era la de “exponerme a Dios Padre”. Y para favorecerla, hacer silencio en mí, encontrar silencio a mi alrededor y “contemplar”, con toda mi pequeñez, las cosas grandes que Dios va haciendo en todos nosotros, aunque no nos demos cuenta. La ermita resulta ser un lugar privilegiado por muchos motivos. Desde su emplazamiento, sus pequeñas dimensiones, el ambiente extraordinariamente acogedor, hasta la disposición de las cosas. Es lleno de sencillez y es todo amor. Todo son pequeños detalles puestos en el lugar en que los puedes necesitar. El pozo es precioso, saqué agua... me hizo pensar mucho... Me impresionó profundamente "notar" que ha sido lugar de plegaria para otros hermanos. Se trata de aquella sensación que dan los lugares llamados “santos”. Allá donde plantarías “la tienda”... Una parte del tiempo estaba dedicado a pasear “contemplando” respetuosamente todas las cosas, incluida yo misma en un contexto en que pretendía tomar conciencia de esta “voluntad creadora”, de esta Presencia que se encuentra por todas partes. Me sentí en comunión con todo (o casi). Este paseo me preparaba de alguna manera para el “silencio” que, como ya se sabe, es tan inexplicable. No olvidé la importancia que tiene evitar romper el silencio. Por esto, todo inicio de pensamiento fue amorosamente invitado a diluirse. Por la mañana del sábado tuve ganas de cosechar una pequeña flor... de color amarillo... pero en aquel momento me hizo más feliz dejarla vivir... y no “porque sí” un rato más tarde, estando yo sentada escribiendo a la mesa, en la ermita, vinieron dos niñas pequeñas... me miraron... nos dijimos un tímido “hola”, y me pidieron de ver que había “arriba”. Subimos, les expliqué dónde se encontraban. Y al marchar ¿sabéis qué me regalaron? Tres florecillas como la que yo había renunciado aquella misma mañana. También habían puesto a mi disposición diversos libros. Uno de ellos, “Deixeu-vos prendre per Crist”, me atrajo especialmente porque recordaba haberlo leído hace muchos años y tenía de él un buen recuerdo, pero había olvidado su contenido. Así que lo escogí. Deseaba añadir la experiencia de ver qué me decía hoy, tras los años. Lo leí haciendo un pequeño resumen al final de cada capítulo, con las frases que más me habían llegado al corazón o que más compartía, o que me parecía que tenían una vigencia muy especial para mí, aquí y ahora. Por ejemplo algunas frases de un gran valor: “saber que el gran Director de almas es Dios” y también que “cada alma tiene su camino a recorrer con todos los riesgos de la propia debilidad... y no luchar... porque hace falta no luchar...” Otros pensamientos como que “nada ni nadie nos puede dispensar de buscar el propio camino” o también: “que no hay que buscar a Cristo ni lejos ni fuera, sino dentro...” y “predicar el evangelio en silencio... y con la vida”. Y todavía, que hace falta “exponernos a Dios...” (como cuándo vamos al sol). Cada una de estas frases (y otras) me han servido para seguir reflexionando a lo largo de los días, después ya en la vida diaria. Al llegar el momento de acabar este tiempo yo me sentía muy bien ya sabiendas de que todo esto tendría una repercusión positiva a mi vida. A la vez también muy agradecida a la Comunidad de Jesús, que había hecho posible esta experiencia. Maria Rosa Puig, Tarrés, Abril 2004, nn. 22-23, 6 |