Inicio > Boletín Iesus Caritas > Web > 163 > Desierto de debilidad

Inicio > Documentos > Desierto > El desierto de la debilidad

El Desierto de la Debilidad

Es justamente en el momento en que está reducido a la impotencia total, incapaz de decir algo, dependiendo por completo de sus vecinos, entregado a su poder, cuando ellos se sienten responsables de él y entran en su vida. Ha necesitado este estado de anonadamiento a que le ha reducido la enfermedad, para que sus anfitriones le ofrezcan algo y le aborden desde la igualdad. Comparten con él su riqueza: un poco de leche para salvarle la vida. Hacen lo que pueden, según su saber, lo que ellos creen que es mejor para su bien. Hacen lo que está en su poder según las posibilidades del momento. No reflexionan, no calculan su efecto. Hacen lo que es normal para salvarle.

El mes de enero termina como una resurrección. El enfermo recobra algunas fuerzas. El 31 recibe un mensaje de Laperrine, anunciándole que tiene autorización para celebrar misa sin ayudante. «Navidad, Navidad, Deo gratias», anota en su cuaderno. El 1° de febrero comienza a celebrar solo. Intenta reanudar el trabajo, pero tiene que renunciar. A mediados de febrero comienza a media jornada, por la tarde, con Ba-Hammou. A principio de marzo llegan los camellos del avituallamiento, cuatro veces más de lo que había pedido (…).

Este estado de enfermedad y debilidad le ha permitido vivir una nueva relación con los hombres que serán sus amigos. Es una verdadera conversión, un gran progreso en el compartir. Quizá había creído que podía prescindir de la reciprocidad que define la amistad, esa perla preciosa, «cosa tan rara en este mundo», que desde ahora le ayudará a vivir. Había pensado dejarlo todo, y acepta recibir el céntuplo en este mundo. Se le pide que se despoje de sí mismo, de su búsqueda de perfección religiosa demasiado voluntarista, de sus proyectos demasiado calculados. Debe aceptarse a sí mismo, dejar de querer ser un superhombre, volverse más humano comenzando a dormir lo suficiente ya comer correctamente. Nadie duda que acaba de crecer en esa humildad que impresionaba a los que lo conocieron.

Comienza además a aceptar a los demás tal como son. Comparte con estos hombres y mujeres el pan y la leche, y todo lo que forma parte de la vida: las buenas y las malas noticias, proyectos, deseos, reivindicaciones, se hace portavoz de unos y otros. No se contenta con escribir consejos para Mousa, anota los consejos que recibe de Ouksem y de otros, las informaciones de Ba-Hammou. Se ha dejado coger, se deja atar a las personas, se crean lazos. Es él quien se deja domesticar. Ciertamente, comparte las ideas de su tiempo sobre el Islam, y piensa que esta religión no resiste la historia y la filosofía, como escribe el 9 de junio a un sacerdote de Versalles. Pero le dice también: «Cuanto más veo, más creo que no ha lugar tratar de hacer conversiones aisladas, de momento». Este mismo año, el doctor Dautheville, de confesión protestante, le oirá decir: «Yo no estoy aquí para convertir a los Tuareg, sino para tratar de comprenderlos (...) Vd. es protestante, Teissere es incrédulo, los Tuareg son musulmanes, yo estoy persuadido de que Dios nos acogerá a todos si nos la merecemos».

Antoine Chatelard, Le chemin vers Tamanrasset

 (Paris 2002, 258-260)

 

¿Quiénes somos?   -   Contacte con nosotros   -   Mapa del sitio   -    Aviso legal 

Logotipo de la Familia Carlos de Foucauld