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“Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. (…) Es un tiempo de gracia. Es un período por el que tiene que pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto; es necesario este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado, para que Dios establezca en el alma su Reino, y forme en el alma el espíritu interior, la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad (...) es en la soledad, en esta vida sólo con solo Dios, en el recogi­miento profundo del alma que olvida todo lo creado para vivir sólo en unión con Dios, donde Dios se da todo entero a quien se da todo entero a Él”.

 Orar en completa Soledad

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, y allí se puso a hacer oración”  (San Marcos 1,35)

“Hagamos como nuestro Señor: levantémonos de madrugada, cuando todo está en calma a nuestro alrededor, cuando el silencio, las tinieblas, las sombras envuelven todavía la tierra ya los hombres, y en medio de este recogimiento universal, de este sopor en que todo está sumergido, levantémonos, velemos para Dios, elevemos hacia él nuestros corazones y nuestras manos, derramemos nuestras almas a sus pies, ya esta hora en que la intimidad es tan secreta y suave, estemos a sus rodillas y gocemos íntimamente con nuestro Creador.

¡Qué bueno es él al permitimos estar a sus pies cuando todo duerme; qué bueno es al conceder a esta pobre criatura esta intimidad con su soberana Majestad, con su inefable Belleza! ¡Alegrémonos con toda nuestra alma de momentos tan afortunados, de un favor que excede todas las palabras, de un favor del que ni los santos ni los ángeles son dignos!

Durante toda nuestra vida, hagamos cada día esto, de lo que nuestro Señor nos da aquí el ejemplo y que es el gozo de los gozos, una felicidad divina; levantémonos de madrugada, cuando todo duerme en la sombra y el silencio; comencemos al mismo tiempo nuestra jornada y nuestras oraciones y pasemos, antes del día y del comienzo del trabajo, largas horas orando a los pies de Dios.

Adelantémonos a nuestros santos compañeros y busquemos, no solamente orar una parte de la noche, antes de nacer el día, sino orar solos, ignorados de todos, en completa soledad, como nuestro Señor. Si nos ha sido recomendada por él la oración en común, también nos recomienda la oración solitaria y secreta, y nos da ejemplo. Sigamos los dos preceptos y los dos ejemplos”.

 

          Carlos de Foucauld,

Meditaciones sobre el Evangelio,

Escritos Espirituales I , pp. 30-31

 

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