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¿Cómplices o disidentes activos?

La urgencia de amar políticamente

Lo que más me preocupa no es el grito de los violentos, ni de los corruptos, ni de los deshonestos, ni de los que no tienen ética. Lo que me preocupa es el silencio de los buenos“. Martin Luther King Jr.

No somos delincuentes. Somos trabajadoras”. Carmen Rosa Condo, empleada de hogar, de nacionalidad boliviana, detenida durante 40 días y apaleada al resistirse a la deportación en el aeropuerto  de Barajas  por los cuerpos de seguridad del Estado. 

 

La crisis está golpeando fuertemente nuestros barrios y se ha convertido en la   coartada perfecta para la aplicación mas dura de la ley de extranjería. Los extranjeros y extranjeras han pasado de ser “mano de obra para explotar o sumergir” a “chivos expiatorios” de la misma.

Su aportación a la construcción de una nueva ciudadanía, la dinamización de los tejidos sociales, y el enriquecimiento de la convivencia están siendo más que nunca invisibilizadas, pese a las luchas y las pequeñas victorias que están también aconteciendo y  que tienen a los migrantes como principales actores sociales. 

Dos de ellas son un referente obligado por su actualidad y fuerza: Las luchas de los manteros por la despenalización de la venta de CDS, protagonizadas sobre todo por los africanos y cuyas propuestas, avaladas por las movilizaciones han llegado hasta conseguir del Senado la alternativa a la prisión por multa o trabajos en  beneficio de la comunidad, y las luchas de las empleadas de hogar por la equiparación del  Régimen  Especial con el  Régimen General, que las trabajadoras latinas han “sacado del armario“ de las reivindicaciones sindicales para ponerlas en la punta cabecera de las luchas precarias bajo el  slogan  “porque sin nosotras no se mueve el mundo. Se  acabó la esclavitud “.

Nos urge un cambio de mirada y de sensibilidad ante la realidad de las personas  inmigrantes, superar dos estereotipos dominantes: el de víctimas (“pobrecitos”) o delincuentes (vienen a “quitarnos el   trabajo o los recursos  sociales”.).

Reconocerlos como sujetos políticos con capacidad de despertarnos de nuestro adormecimiento cómplice y hacernos compañeros y  compañeras de luchas comunes  en la búsqueda no de cómo “repartir mejor la tarta” (bienes y recursos)  sino de otro tipo de pastel (sistema) porque éste no nos gusta por la perversidad de sus dinamismos, violentos, excluyentes y racistas.  Es uno de los  grandes desafíos por los que pasa hoy la  urgencia de la fraternidad y la  universalidad.

En Francia, el filósofo Badiou recoge en su reflexión alguno de estos elementos: “En Francia, una parte importante de los obreros son africanos que no poseen papeles ni documentos legales, trabajan en oficios muy duros, en las cadenas de las fábricas, en las limpiezas de los edificios, en las canteras  de construcción. Esos obreros están muy mal pagados, no tienen ningún derecho, pueden ser detenidos en las calles y pueden ser expulsados de Francia. Y sin embargo forman parte del país, construyen el país, lo limpian, fabrican sus objetos, ¿cómo no pueden pertenecer al país si lo están fabricando?”

Ahora bien, ¿vamos a decir solamente que son víctimas? De hecho muchos de esos obreros tienen una conciencia política positiva, ellos aman a Francia, saben que es su país, pero tienen  sobre todo la idea de una nueva situación del país. Son profundamente conscientes de que si ellos son capaces de crear una nueva situación, el país será diferente. Saben, por lo tanto,  que su propuesta,  la lucha por la conquista de sus derechos, no es solamente el punto de vista de una víctima sino  una idea sobre el mismo país. En política yo trabajo con ellos, y con frecuencia me dicen: “no es posible que Francia sea este país donde nosotros vivimos sin ningún derecho”.   Por lo tanto,  no reclaman solamente derechos para sí mismos, para su propio cuerpo, lo reclaman por la idea a la cual sus cuerpos están ligados  -y esas son las  ideas políticas que ellos hacen de ese país que es Francia. Construyen organizaciones políticas nuevas, que no son ni los viejos partidos ni los sindicatos tradicionales y a través de esta construcción  transforman su experiencia, su vivencia, de víctimas en afirmación política. Esos trabajadores están organizados y ellos mismos dicen: “ahora estamos de pie”.  La justicia es eso: pasar del estado de víctima al estado de alguien que está de pie.

Quizá ellos habrán ganado derechos, quizá pocos derechos,  eso depende de  muchos factores de la situación, pero ellos están de pie, ellos llegan a ser finalmente una parte subjetiva nueva de todo el campo político. Pues bien: yo llamaré justicia  a esa transformación. La justicia no es un programa a seguir en el porvenir, no es un estado de cosas inmóvil.  La justicia es una transformación, digamos que es el presente colectivo de una transformación subjetiva”.

¿Y nosotras las comunidades religiosas cómo nos ubicamos ante esta realidad? Todos nuestros documentos recogen la opción por los migrantes, como nuevo rostro de los empobrecidos y empobrecidas en nuestras sociedades, pero ¿cómo estamos entre ellos y con ellos? ¿Desde qué conciencia? ¿Amortiguamos la injusticia o la estamos combatiendo? ¿Cómo nos implicamos en el derecho a tener derechos de los sin derechos?, ¿Cómo nos vamos organizando juntos contra el racismo y la xenofobia, las redadas masivas en nuestros barrios? ¿Qué nueva conciencia ciudadana vamos haciendo emerger  en torno a esto y como afecta también a nuestras prácticas de vida cotidianas, obediencias y desobediencias civiles?

La realidad de los migrantes y la  dureza con que la crisis golpea nuestros barrios nos urge hoy a recuperar la fuerza y el sentido de lo político, a amar políticamente.

El amor vivido al modo de Jesús descentra, desinstala, problematiza, da prioridad a la necesidad del otro sobre la propia, subvierte el orden, transgrede, es creativo, sitúa como primeros a los últimos (Mt 21,28-32) se le hace intolerable la injusticia, (1Cor 13). En este sentido decimos  que es político, porque se traduce en pasión y compromiso por el bien y la dignidad de todos,  empezando por los últimos.

La política entendida como cuidado y responsabilidad del bien común  no es otra cosa que un acto de amor. Como seguidores y seguidoras de Jesús necesitamos  recuperar esta dimensión del amor político para dar el salto de lo individual  al coraje colectivo. El amor nos en-reda, nos urge a sumar y no restar fuerzas en la construcción de la cultura de la inclusión, en la construcción de una  ciudadanía alternativa (…)

Amar políticamente  nos lleva a  ser mujeres y hombres que con  hondura y calidad de presencia en la plaza pública, con otros y otras diferentes, porque allí se juegan los intereses de los  últimos  y la emergencia de una nueva humanidad que no puede realizarse sin ellos y ellas (…).

 

Pepa Torres.

Comunidad Inter-Lavapiés

 

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