El exilio bíblico como lugar de dolor y esperanza Iluminación para nuestra presencia entre los inmigrantes hoy
La trágica historia de Evelyn no es algo que se repita cada día pero tampoco es única; son muchos los cadáveres en el camino hacia la Tierra Prometida, es mucho lo perdido y grande el sufrimiento. La historia de inmigración y exilio vivida en nuestro mundo de hoy llama a nuestro corazón; mucha gente “se mueve” hacia otros lugares, forzada, en la mayoría de las ocasiones, a inmigrar para sobrevivir. La dinámica del sistema económico mundial obliga a una gran parte de la humanidad a morirse de hambre, a tener que huir de la violencia que trae consigo la guerra desencadenada a escala mundial o simplemente a desplazarse para sobrevivir. Somos testigos del nuevo rostro que se dibuja en nuestro entorno; cada día es mayor el número de personas de otros países, que de modos diversos, llegan para buscarse la vida y para poder enviar algún recurso a sus familiares que se han quedado esperando en sus lugares de origen. Y aunque nos hagamos los sordos nos llegan también las noticias de tantos que van quedando en el camino. Como hicieron los profetas en la época de exilio del pueblo de Israel en Babilonia la llamada es “sostener la esperanza del pueblo y contribuir a descubrir la presencia de Dios en medio del sufrimiento”. ¿Cómo enfocar la mirada para percibir las semillas de Reino existentes en la realidad que nos rodea a pesar de la injusticia y la exclusión? Acercarnos a la figura de Isaías puede ayudarnos a leerla y a iluminar nuestra presencia entre los inmigrantes hoy. Isaías ve al pueblo como una planta seca en la estepa, “como raíz en tierra reseca” de la que no se puede esperar nada más que la muerte. La mirada del profeta es de mucho dolor. El pueblo es visto como cordero que es llevado al matadero (53,7), abandonado como Abraham (51,2), estéril y sin futuro como Sara (54,1), despreciado y tenido como basura de la gente (53,3), detenido y enjuiciado injustamente sin que nadie se preocupara de él (53,8). Pero el profeta también tenía la esperanza de que todo aquello pasaría y serían creados “nuevos cielos y nueva tierra”, donde el dolor dejaría paso a la alegría y el llanto a la risa (65, 1-7). El Exilio, al mismo tiempo que es un lugar de sufrimiento, es también lugar de restablecimiento de la solidaridad y de la organización comunitaria según el proyecto de Dios. Quizá lo más sencillo en nuestra realidad es cerrar los ojos, poner barreras para mitigar el dolor que puede suponer mirar la realidad cara a cara, insensibilizarnos ante un sufrimiento que puede sobrepasarnos y que ante todo es llamada para nuestra vida como lo fue para los profetas. Nuestra cultura, historia, el “lugar” en el que nos ha tocado vivir pueden suponer una barrera o una excusa para entender y juzgar el comportamiento de las personas que viven la experiencia de la migración y que llegan a nuestro lado. Hay algunos elementos que se repiten casi continuamente que pueden ayudar a reenfocar nuestra mirada. El riesgo extremo: cuando la realidad es tan precaria que vivir un día más es una victoria queda poco que perder. Por ello muchos hombres y mujeres lo arriesgan todo, enfrentando los riesgos de las travesías clandestinas, las falsas promesas del tráfico de drogas y de personas, el trabajo esclavo y otras tantas formas de escapar de sus países y llegar a Europa. ¿Es locura o es la fuerza de la Vida la que empuja y sostiene? La no transparencia: el engaño y la mentira son también mecanismos utilizados a menudo como mecanismo de supervivencia y surge en nosotros el punto de vista ético que lo califica como un mal contra un valor. Pero… ¿cómo descubrir en ese mecanismo un valor a favor de la vida? La ejecución de trabajos sumergidos como la prostitución, la falsificación de documentos, o los embarazos para la permanencia en el país, resultan difíciles de entender desde una clave ética y más aun desde una visión religiosa y, sin embargo, ¿cómo lo ve Dios que sondea en lo profundo de los corazones? La idealización y adhesión al modelo capitalista, neoliberal, a la sociedad del bienestar… Resulta fácil emitir duros juicios cuando vemos priorizar la televisión o el móvil a una vivienda digna o una alimentación equilibrada, máxime cuando dicho juicio se hace con el estómago lleno, en una vivienda confortable con televisor. Quizá estos son elementos que nos invitan a reenfocar la mirada, a descubrir allí donde nos parece imposible la fuerza para dar un paso más, a descubrir a Jesús perdonando a la adúltera, recordándonos que las prostitutas nos precederán en el Reino, a recordarnos tantas mentiras ocultas en justificaciones éticas que enjuician los pequeños engaños para sobrevivir. Quizá son una llamada a descalzarnos ante la voz de aquellos que llevan en su sangre la historia de un pueblo humillado y marginado. Aquellos que nos hablan de pobreza, marginación y violaciones de los derechos humanos con las huellas presentes en su historia y en sus propios cuerpos. Una llamada a mantener la esperanza porque hoy también Dios nos repite “voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva” (Is 65, 17-25)
Esa es la llamada que Dios sigue haciendo a sus profetas hoy. A mantener la esperanza, a descubrir cada pequeño signo que la va haciendo posible y a denunciar hasta perder la voz todo aquello que mantiene y fortalece nuestra Babilonia actual. A escuchar y compartir tanto dolor hasta que “nos duela de verdad” y a descubrir la capacidad de riesgo, la capacidad de supervivencia, cada detalle de solidaridad y creación de grupo, la capacidad de soportar la humillación sin perder la dignidad, la capacidad de vivir con casi nada aunque se tenga el deseo de alcanzar el bienestar… como manifestación de la VIDA con mayúscula, de la presencia de Dios que sostiene, alienta y acompaña. Begoña Arroyo |