El servicio de la inserción social a través de Solidança Aún en el Seminario, y con la fuerza del viento del Concilio que entraba por todas las puertas y ventanas, algunas figuras tomaban un significado nuevo e inspirador. Abbé Pierre fue uno de esos referentes inspiradores de nuevas formas de evangelización, o mejor aún, de ponerse al servicio de las personas que necesitaban una respuesta social con urgencia. Esa capacidad imaginativa de buscar pequeñas soluciones a grandes problemas siempre me resultó atrayente. Sólo faltó que, una vez ordenado sacerdote, encontrara a alguien con mayor experiencia y que también tuviera esa inquietud y viera en el cura francés la fuente de inspiración. Eran los primeros años ochenta con una crisis industrial importante en el Bajo Llobregat y muchas familias jóvenes quedaban sin ningún sueldo para hacer frente a las necesidades básicas. Romà Fortuny, sacerdote también, cura obrero en una parroquia de barriada de Esplugues, ATS en el Hospital de la Cruz Roja, creó una de las primeras asociaciones para la inserción social en Cataluña. “Engrunes”, es decir migajas, aquellos minúsculos pedacitos de pan que caen de la mesa de los ricos. Me entusiasmé con la idea y me puse a colaborar con él para su puesta en marcha. En seguida pudimos comprobar que además de recoger chatarra también podíamos recuperar muebles y todo tipo de objetos que se desechaban fácilmente y que, sin embargo, se podían vender como oportunidades. Junto con los trabajadores beneficiarios un conjunto de laicos de la parroquia ejercían un voluntariado eficiente y extendían la red de amigos de la causa. Esa experiencia inicial me llevó a otras iniciativas más o menos similares, siendo consiliario de la JOBAC (jóvenes cristianos de barrios populares). Redescubrimos la metodología de las campañas de la JOC y nos pusimos a acompañar a los jóvenes también en proyectos solidarios. Así nació “La Llauna, Trinijove, Trastam, con la intención de dar salida a sus inquietudes y crear puestos de trabajo. Religiosas y religiosos colaboraban y compartían esas iniciativas pioneras. Esas experiencias han tenido continuidad hasta hoy. Y para muchas personas han sido la plataforma ideal para acceder a puestos de trabajo más definitivos y adecuados. Algunas de esas primeras empresas de economía social ahora son instrumentos muy válidos para que las administraciones encuentren una red de economía social dispuesta a colaborar en amplios procesos de inserción, implicándose a fondo. Desde hace trece años presido Solidança, fruto de las experiencias anteriores que proponen la inserción social a través de un trabajo relacionado con la recuperación de objetos, ropa, electrodomésticos, muebles. Le pusimos este nombre, Solidança, porque tenía un significado interesante según el diccionario y tenía ecos de solidaridad. Una palabra del catalán medieval que significa “compromiso firme” (“in solidum”) para un objetivo de mutua ayuda. Evidentemente el compromiso de aquellos tiempos era básicamente injusto y desigual. Todo a favor del noble: “yo te defiendo de los bandoleros, tú me das al menos la mitad o más de la cosecha”. Puestos a “recuperar cosas” pensamos que la recuperación de este vocablo también comportaba darle un significado nuevo: el compromiso horizontal y fraterno de ponernos a trabajar juntos. Esa es la filosofía de la asociación. Una de las cosas que he aprendido es que todos estamos en proceso de inserción. Y eso he procurado inculcar a los responsables de la empresa y a los voluntarios que nos ayudan. Actualmente Solidança tiene unos 35 trabajadores asalariados, una tercera parte de los cuales están en proceso de inserción para entrar en lo que llamamos mercado laboral. Entre ellos un buen número de inmigrantes subsaharianos y de países del este. Mi aportación ha sido básicamente de impulsor, de mediador en los conflictos, de garante, junto con las personas que me han apoyado, para que los objetivos fundacionales recogidos en los estatutos, no perdieran fuerza y rigor. Claro que se han tenido que implantar fórmulas de eficiencia para que el trabajo sea productivo y rentable, pero garantizando los derechos y condiciones laborales, y haciendo posible nuevos criterios de convivencia. Más allá del trabajo, se procura que las personas desarrollen sus cualidades y potencialidades. Mi apuesta como sacerdote no ha sido de total implicación en lo que se refiere a dedicación. He trabajado como uno más cuando las circunstancias lo han requerido, pero sólo en condiciones de emergencia. Es decir, siempre he procurado encontrar a aquellas personas de confianza que podían hacer el trabajo que yo no podía o creía que no debía hacer. Esas personas han dirigido la asociación en su quehacer empresarial. Yo he mantenido una parte de las relaciones con otras entidades y he acudido siempre que han surgido problemas de más o menos envergadura. Ese compromiso parcial me ha permitido continuar con mis clases en el instituto de secundaria, mi trabajo pastoral en la parroquia y la consiliaria en Justicia y Paz. En cada uno de estos espacios, especialmente en la parroquia, el trabajo social ha tenido un mayor sentido por las implicaciones que de forma natural se han sucedido. Personas que han venido a pedirme trabajo y a buscar consejo en lo laboral. Ofrecer una respuesta material a través de las tiendas de segunda mano. Voluntarios y voluntarias que desde la parroquia se han ofrecido para hacer más viable la empresa. Catequistas que se han implicado desde el primer momento. La asistente de Caritas. Los compañeros del equipo presbiteral del arciprestazgo. Amigos que ofrecen la colaboración profesional gratuitamente. Es verdad que el instinto por el que me incliné a hacer de “trapero” ya estaba latente, a través de las lecciones que mi abuelo me daba de pequeño: “hay que aprovechar el clavo torcido y con herrumbre. Se puede enderezar y con aceite se limpia. Con esos clavos y unas cuantas maderas recuperadas se puede hacer una jaula de conejos”. En casa, una casa de pueblo pequeño, éramos prácticamente autosuficientes. Pero también es verdad que el evangelio nos invita a ser prácticos y a animar a otros a poner sus capacidades al servicio de los demás. En este sentido mi tarea como sacerdote no se ha visto empequeñecida al compartir mi tiempo y vocación con otras personas al servicio de un proyecto social. Es más, he podido descubrir que hay un gran número de sacerdotes y religiosos y religiosas que han hecho opciones similares, a veces incluso al margen de sus propias congregaciones. Pienso que es una nueva forma de ministerio nada despreciable. Me atrevo a observar que el Hermano Carlos, en su largo camino de búsqueda, no sólo trabajó en tareas artesanales de todo tipo y en servicios a conventos como la huerta o el jardín, sino que él mismo contrató, en varias ocasiones, a otros más pobres que él, para tareas de acogida, servicio y mantenimiento. Bien al contrario, ese “otro trabajo” me ha ayudado, en muchos aspectos, a dar sentido a mi ministerio como cura de parroquia. La palabra que proclamamos y comentamos en la comunidad se ha hecho más real. He podido contrastar las teorías sobre el mundo laboral con la práctica para crear trabajo y hacerlo productivo, en especial en momentos de crisis. Trabajar con inmigrantes, directamente, ha hecho posible una nueva relación tanto para mí como por la comunidad y la entidad misma. La relación personal con personas de todo tipo ha sido posible desde objetivos sociales comunes, no desde competencias religiosas, o de influencias institucionales. También me ha hecho valorar el mundo de los emprendedores profesionales. Quizás se ha creado una imagen del emprendedor/empresario, como alguien que necesariamente explota al obrero. Hay muchos pequeños empresarios que han llegado a serlo desde un gran esfuerzo personal y no han perdido los valores de cuando eran sólo obreros. Valorar a las personas desde otra perspectiva humana. El trabajo en equipo. Dar confianza. Poner la imaginación al servicio de causas utópicas que se revelan más viables de lo que uno podía suponer. Experimentar la solidaridad de muchas personas que se ofrecen a colaborar profesionalmente o incluso a dar parte de su sueldo para que el proyecto continúe. Parejas que comparten una pequeña herencia o un plus que han recibido y que lo donan para que el proyecto no se quede sin recursos financieros. Desde la parroquia intentamos construir una comunidad abierta, solidaria, integradora, poniendo en el centro de todo a las personas. El camino de un trabajo social a través de Solidança me ha abierto a un amplio sector que no viene a la Eucaristía pero que los tengo bien presentes en ella, porque forman esa comunidad más amplia que comparte el proyecto de Jesús, su Reino, un compromiso de fraternidad. En Solidança tenemos un lema: “Un compromiso con las personas, una apuesta por el medio ambiente”. Primero las personas. Desde la perspectiva cristiana primero están las personas. La economía no puede hacer pivotar nuestra sociedad como si fuera un títere. Lo acabamos de comprobar. La economía social es la única manera de hacer posible un mercado sostenible en nuestro planeta. Y el trabajo con dignidad continúa siendo uno de los mejores instrumentos de inserción. Josep Maria Fisá |