El abandono en Juan XXIII Un conjunto de circunstancias confiere a mi recogimiento espiritual una nota concreta de abandono en Jesús doliente y crucificado mi maestro y mi rey. El Señor, en estos días, se ha dignado hacerme comprender una vez más la importancia que tiene para mí y para los éxitos de mi ministerio sacerdotal este espíritu de inmolación con que quiero en lo sucesivo, más todavía, empapar mi conducta "ut servus, ut vinctus Jesu Christi". Y todas las obras a que me dedique en el presente año quiero que lleven, por lo poco o mucho que yo ponga en ellas, esta característica: todo sea hecho por el Señor y en el Señor; mucho entusiasmo, pero ninguna preocupación por su mayor o menor éxito. Las tomaré entre manos como si todo dependiera de mí y como si yo no contara para nada, sin el más pequeño apego a las mismas, dispuesto a destruirlas o abandonarlas ante una insinuación de la obediencia.Oh Jesús bendito, es mucho lo que me propongo hacer, y me siento débil porque me siento débil lleno de amor propio; pero la voluntad es entera y decidida. Ayúdame vos, ayúdame. Por la gracia divina, me siento y quiero ser de veras indiferente a todo lo que el Señor quiera disponer de mí en cuanto a mi futuro. La palabrería del mundo en torno a mis asuntos no me afecta para nada. Estoy dispuesto a vivir así, aún cuando el presente estado de cosas debiera proseguir sin cambios durante años y años. Nunca expresaré ni siquiera el deseo o la inclinación más lejana de cambiar, por mucho que esto cueste a mi sentimiento "Obeedientia ex pax". Es mi lema episcopal. Quiero morir con el gozo de haber hecho siempre, incluso en las pequeñas cosas, honor a mi consigna. En realidad, si me pregunto a mí mismo, no sabría qué desear o hacer distinto de lo que ahora hago. El amor de la cruz de mi Señor me atrae cada vez más en estos días ¡Oh Jesús bendito, que esto no sea un fuego inútil que se apague con la primera lluvia, sino un incendio que arda siempre sin consumirse jamás! Estos días he hallado otra hermosa plegaria que responde perfectamente a mi situación espiritual. Es de un Santo recientemente canonizado: el P. Eudes. Yo, humildemente, la hago mía y espero que ello no sea demasiada presunción. En el texto se titula: Profesión de amor a la Cruz. ¡Oh Jesús!, amor mío crucificado, te adoro en todas tus penas. Te pido perdón por todas las faltas que he cometido hasta el presente de las aflicciones que has tenido a bien enviarme. Me entrego al espíritu de tu cruz y, en este espíritu, y como también en todo el amor del cielo y de la tierra, abrazo, de todo corazón, por amor tuyo, todas las cruces de cuerpo y de espíritu que me sobrevinieran y hago profesión de poner toda mi gloria, mi tesoro y mi alegría en tu cruz, o sea, en las humillaciones, en las privaciones y los sufrimientos, diciendo con S. Pablo: «No quiero para mí otro paraíso en este mundo que la cruz de mi Señor Jesucristo». (Gal. 6, 14). Paréceme que todo me lleva a hacerme habitual esta solemne profesión de amor a la santa cruz. La profunda impresión que recibí, y que siempre me acompañó, durante toda la ceremonia de mi consagración episcopal en la iglesia de S. Carlos en el Corso, de Roma, el 19 de Marzo de 1925; las asperezas y vicisitudes de mi ministerio en Bulgaria en estos cinco años de Visita Apostólica, sin otro consuelo que el de la buena conciencia, y la perspectiva nada risueña del futuro me convencen de que el Señor me quiere todo para sí, por la "regia via sancta crucis". Por este camino, y no por otro, deseo avanzar. Me familiarizaré, por tanto, con la meditación de la pasión de N. Señor Jesucristo y con los ejercicios de piedad que se le refieren. Celebraré la Santa Misa con devoción más fervorosa, dejándome penetrar y embriagar totalmente por la sangre de Jesús, "mi primer obispo y pastor de mi alma" ¡Ojalá lograra yo, pobre educador, el esfuerzo "magno nisu" que recomienda san Ignacio en la meditación de los dolores de Jesús, "ad dolendum, and tritandum, ad plagendum". * * * Ofrecimiento a una vida crucificada "¡Oh, Jesús mío!, concédeme una vida áspera, laboriosa, apostólica, crucificada. Dígnate aumentar en mi alma el hambre y la sed de sacrificio y padecimientos, de humillaciones y renuncia de mí mismo. Ya no quiero satisfacciones, descanso, consuelos ni goces. Lo único que ambiciono, ¡Oh Jesús!, e imploro de tu Sagrado Corazón es el ser siempre, y más cada vez, víctima, hostia, apóstol, virgen, mártir por amor tuyo". (P. Lintelo, que fue en Bélgica apóstol de la Eucaristía y la reparación). * * * La cosa está clara: el amor de Dios, no el mío; la voluntad de Dios, no la mía, la comodidad de los demás, no la mía. Y todo esto, siempre, en todas partes, con gran alegría… Diario de un alma. Retiro espiritual de 1930 |