Padre mío, me abandono a Tí I. Abandonarse en Dios. El Abandono en Dios es una cumbre de la vida espiritual. Es fruto del Espíritu Santo tras largas fidelidades. Solo es posible descubrir su necesidad y su gozo si antes no se deja que el Espíritu Santo nos moldee largo tiempo en oscuridades, búsquedas, fracasos, y a veces hasta ruinas. Es fruto del Espíritu Santo y condición fundamental del verdadero crecimiento en la fe. Sin deseo sincero de perfecto Abandono, no hay progreso en el camino de la amistad con Dios. Abandonarse en Dios significa fiarse de El mas que de nadie y mucho mas que de si mismo. Y no es posible sin un fuerte amor, una verdadera pasión que mueve a entregarse sin reservas. El Abandono no es dejadez, no es apatía, no es desanimo, sino confianza plena que solo se funda en el amor. Y es clarividencia de nuestros propios limites personales y sociales, y por ello mismo clarividencia de nuestra necesidad de Dios. No es cosa de aceptar con "resignación" los males que vienen, sino la disposición y el deseo de vivir lo que Dios quiere de nosotros, buscando su voluntad en su Palabra revelada, y en lo que El quiere decirnos por medio de las personas y el acontecer de la vida de cada día. Dios quiere comunicar con cada criatura humana directamente, de manera que pueda experimentar. El hombre puede captar lo que Dios quiere de él. Comunicar inmediatamente, con una inmediatez "mediata", a través de la mediación humana. Dios se sirve de mediaciones. Pero a veces nosotros nos quedamos en las mediaciones. No olvidemos nunca esto: Dios quiere comunicarse inmediatamente. Recordemos el esquema de "Las Moradas": el punto último es la inmediatez. Pero no es como en un noticiario, lo mismo para todos. A cada uno, lo que El quiere decirle. Ser testigos de que Dios puede comunicarse inmediatamente, conscientes de que es una convicción que se ha perdido en el hombre moderno. Dios puede querer todo El a cada uno en particular. (¿Y si yo quiero darle a éste lo mismo que tí...?) ¿A todos por igual? A cada uno según su condición. Percibir su presencia llama a la misión. Porque no somos solo Creación, el don de Dios es Encarnación y Redención. Y entre ese don que nos precede está el "factum" histórico. Si quiero abrirme a la realidad, tengo que contar con Jesús. Existe la Encarnación y la Redención. Un Dios en la cruz nunca lo hubiera podido imaginar el corazón humano. No se puede prescindir del don recibido. Entre Dios y el hombre hay que poner para siempre la persona de Jesucristo. Imprescindible, pero que no sustituye a nadie. Estamos todos emplazados al pie de la Cruz. Son tiempos para una revisión antropológica: el misterio del Hombre. Sin dejar de lado la luz de la Redención. Hay que recuperar la alegría de la Redención. No podemos prohibirnos la alegría por compromiso moral con los que sufren. Prohibirte "cantar en tierra extraña" no hace bien a nadie. Si no eres capaz como cristiano de decir "la vida es bella", ¿que aportas al mundo? Permitir, al pie de la cruz, que Dios te consuele. La perfecta alegría no será dueña de nuestros sentimientos y afanes terrenos en tanto no sepamos decir, motivados por la Gracia y de todo corazón "Padre, me abandono a ti, haz de mi lo que quieras". La experiencia y el deseo de abandono en Dios es cosa de todo creyente que busca a Dios con sinceridad. Así nos lo dice el testimonio de multitud de creyentes, que nos llega no solo desde el cristianismo.
En palabras de san Juan de la Cruz, se nos concreta de un modo preciso que solo podemos buscar la gloria de Dios cuando nos hemos dejado en todo, abandonado en pleno, para que Dios utilice nuestras vidas como vehiculo de su acción liberadora:
II. La doctrina del P. De Caussade, s.j. Carlos de Foucauld conoció y apreci-o mucho, y recomendó después a varias personas, el librito del P. Caussade, s.j. (1675-Toulouse 1751), publicado por el P. Ramiére en 1867 L'abandon à la Una idea fundamental domina la doctrina espiritual del P. de Caussade: el abandono total y confiado en Dios, o sea el cumplimiento pleno -activo y pasivo- de su Voluntad sobre nosotros, tal como ella se vaya presentando en cada momento, a través de las circunstancias y de las criaturas que nos rodean, que a veces pueden, a nuestra mirada superficial, parecernos adversas pero sin embargo en el plan divino están todas ordenadas a nuestro bien y a la gloria de Dios. Así como las especies eucarísticas velan y ocultan la realidad de la presencia divina -y por eso la Eucaristía es un "sacramentum", vale decir un misterio en el que las apariencias visibles velan y encubren otra realidad invisible- así también los acontecimientos y circunstancias que van entretejiendo nuestra vida no escapan en ningún caso a la amorosa disposición de la Providencia divina y bajo ellos como bajo las especies sacramentales, se oculta esta realidad de la acción divina que nos va santificando, que va realizando en nosotros, si somos dóciles y fieles, el diseño único e irrepetible que su amor de Padre trazo para cada uno desde toda la eternidad. Por eso será una expresión muy cara al P. de Caussade hablar del "sacramento del momento presente" para referirse a todo ese conjunto de circunstancias cotidianas que en cada momento nos ponen frente a una obligación, a un dolor, a una alegría inesperada o a un contratiempo imprevisto, que nunca vienen por obra del azar ni de la mala voluntad de algunos, que pueden ser su causa inmediata, pero son siempre medios e instrumentos previstos en el plan del artífice divino de nuestra santificación. "Un alma santa -definirá el P. de Caussade- no es sino un alma libremente sometida a la acción divina con la ayuda de la gracia"; "hay pues que amar en todo a Dios y su plan divino; hay que amarlo tal como se presenta, sin desear nada mas". "Los deberes de cada momento son las sombras bajo las cuales se oculta la acción divina". La santidad se reduce pues a una sola cosa: la fidelidad al orden de Dios. Y esta fidelidad esta por igual al alcance de todos, tanto en su practica activa (hacer la Voluntad de Dios) como en su ejercicio pasivo (aceptar lo que Dios dispone). Por ello insistirá el P. Caussade en que ningún estado y ningún medio es de suyo indispensable para la perfección y la santidad (ni el estado religioso, ni las largas oraciones, ni las lecturas espirituales, ni las practicas de penitencia, ni el ejercicio concreto de tales o cuales actos de virtud) y al mismo tiempo ninguno la excluye (ni el cuidado de una familia, ni el desempeño de un oficio en el mundo, ni la falta de salud física o de estudios, etc.). Pues todo ello son medios de los que hemos de usar en tanto en cuanto formen parte del plan de Dios sobre nosotros, y son escalones que han de ayudarnos a subir en la medida en que -aun bajo la apariencia de contradicciones y obstáculos- el designio amoroso de Dios los pone o los permite en nuestro camino. (Notemos aquí la raíz ignaciana de esta actitud: indiferencia ante las criaturas y las circunstancias, queriéndolas o dejándolas solamente en tanto en cuanto nos ayudan o estorban para nuestro fin, que es dar gloria a Dios sometiendo totalmente nuestra voluntad a la Suya). Esta doctrina tiene su fundamento en el más sólido sentido común. Pues con nada glorificaremos tanto a Dios como con reconocer nuestra condición de criaturas cumpliendo lo más exactamente posible su Voluntad. No es mejor intentar grandes cosas, si lo que Dios nos pide es una vida oculta y anónima, en el cumplimiento fiel de los pequeños deberes cotidianos; ni viceversa, refugiarnos so capa de humildad en esa oscuridad aparentemente segura, si el Señor nos llamaba a cosas mas grandes, que El con su gracia nos ayudaría a realizar. La perfección no consiste en buscar esto o aquello. Cristo a lo largo y ancho de los Evangelios resalta como su única preocupación y objetivo es cumplir la Voluntad de su Padre: "Mi alimento es hacer la Voluntad del que me envió", "...pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". La verdadera imitación de Cristo no consiste en vivir de tal o cual manera, sino ante todo en cumplir en nosotros su Voluntad, sea la que fuere. Y por otra parte, hemos de tener bien claro que esto no constituye en modo alguno lo que nuestros contemporáneos intoxicados a veces de psicologismo llamarían una alineación, una limitación a nuestra propia "realizacion" personal haciéndola claudicar ante ese plan de Dios sobre nosotros, que nos vendría de fuera como una imposición arbitraria y contraria quizá a nuestras propias aspiraciones. "Querrías ir hacia el Oriente, y te lleva hacia Occidente", escribe el P. de Caussade, para luego hacernos caer en la cuenta de que, si creemos de veras que Dios es nuestro Padre que nos ama con amor infinito y es sabio, y ve mucho más allá de nuestros cortísimos alcances, y nada escapa al plan de su Providencia, entenderemos que el "proyecto de vida" que su paternal y amorosa Providencia esbozo desde toda eternidad para cada uno, único e irrepetible, es el mejor y es por donde nos "realizaremos" en plenitud, y alcanzaremos nuestra mayor felicidad. Por eso, hallaremos plena y total paz, suceda lo que suceda dentro o fuera de nosotros, si nos abandonamos en las manos de Dios, confiados en su Providencia. Nada ni nadie podrá turbarnos, y aun lo que parece perseguirnos, esta trabajando para nosotros, y siempre se cumple que "para los que aman a Dios, todo concurre a su bien". Como quien teje un tapiz, en esta vida no vemos sino el revés de la trama, y puede parecer caótico el entrecruzamiento de hilos y colores. Pero "todos esos puntos anudados forman figuras magníficas, que sólo aparecerán cuando, una vez concluidas todas las partes, se expone a la vista el lado derecho del tapiz". "Mientras duró el trabajo toda esa belleza y esa maravilla permanecieron en la oscuridad". Otro aspecto de la doctrina del P. de Caussade, es el abandono que debemos tener en cuanto a conocer lo que Dios obra en nuestra alma, o el grado de progreso espiritual alcanzado, o la comparación entre nuestro camino y los de otros, y la indiferencia en cuanto a los medios que nos han de ayudar y la medida en que debemos usarlos. III. Sobre la "oración de abandono". Existe una devoción especial de los discípulos de Carlos de Foucauld por la oración de Abandono. Incluso hay como una teología del abandono que impregna la espiritualidad de Nazaret que viven las distintas familias de Foucauld. Hace falta la sencillez de un niño para rezar esta oración con una serena alegría; o es necesario haber pasado la experiencia fuerte de haberse jugado todo a la carta del Evangelio para rezarla con entusiasmo cristiano. Es posible también que la serenidad y el entusiasmo sean estados cristianos del que ha experimentado el "nuevo nacimiento" de hijo de Dios. La oración de Abandono no se presta a rutinas. Rezarla es una experiencia muy fuerte: he oído el testimonio de muchos. Para muchos no es fácil rezarla individualmente y buscan algún mecanismo para llegar con sencillez hasta el final, como si no se pudiera afrontar con demasiada lucidez tanto compromiso. Pero por testimonios que conocemos, a todos produce alegría rezarla en grupo: el riesgo se afronta en comunidad y la ternura la recibe cada uno en particular. Y así es: somos el Cuerpo de Cristo afrontando de nuevo su tarea -de ahí la dureza del compromiso- y también somos Cuerpo de Cristo ejerciendo desde el corazón hasta los labios nuestra filiación divina: !Abba! La oración de Abandono es para nosotros hoy la manera de comprender la fe del hermano Carlos y la manera de expresar como el nuestra fe. Nos descubre el alma cristiana del hermano Carlos. No es solamente una bella oración, es la expresión de una vida Por eso nos atrae rezarla y al mismo tiempo nos infunde respeto. Con frecuencia dramatizamos las exigencias que lleva esta oración cuando la rezamos -los adultos siempre dramatizamos-. Hay que caer en la cuenta de que quizá tengamos que cambiar el acento: atrevernos a arriesgar nuestra vida -cuando oramos lo mismo que cuando actuamos- con el mismo atrevimiento de un hijo que se sabe amado. Fijos los ojos en las manos del Padre, no en nuestras fuerzas. Seguramente el Padre nos toma también a nosotros -a cada uno como El quiera- para que seamos testigos e instrumentos de esperanza. Dicho de otra manera: la oración de Abandono no es como el arma cristiana con la que nos atrevemos con el mundo, sino lo que nos desarma para acercarnos a el con la limpieza de los niños. Es un cambio de actitud. La oración de Abandono ha resultado ser para el carisma de Carlos de Foucauld lo que fuera -y continua siendo- el Cántico de las Criaturas para Francisco de Asís: embajadores de su espíritu en el mundo entero. La llamada oración de Abandono no hubiera sido posible fuera de un corazón universal, sin una vida radicalmente afincada en la experiencia de Dios-Padre de todos los hombres. IV. Contenidos evangélicos de la actitud de abandono. La oración de Abandono es una plegaria que sólo se reza en espíritu y en verdad cuando se reza en la intimidad con Jesús.
Bibliografía: J. P. C AUSSADE, s.j. Tratado del santo abandono a la Divina Providencia, Ed. Apostolado Mariano, Sevilla, 1998. |