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A LA ESCUCHA DE LA PALABRA

Escuchar la Palabra es saber prepararle el terreno. Es el lugar donde cae la semilla [Mt. 13, 1-9] el factor que determina su rendimiento o no.

Cuando oremos, no vayamos directamente a la Palabra, Solemos estar tremendamente dispersos. Hemos de volver a conquistar vista, oído, cuerpo, imaginación…

Escuchar la Palabra es reconocer que emite en una onda que sólo con la ayuda del Espíritu seremos capaces de captar. Antes de leer la Palabra pidamos su Luz, para no leerla ni escucharla al estilo de otras lecturas, Para no acercarnos a ella con sentidos críticos, de sabios… Para intentar descubrir en ella la voluntad del Señor sobre nosotros. Antes de leerla, pues, "¡Ven, Espíritu de Dios, sobre mí!"

Escuchar la Palabra es saber dónde se encuentra escrita. No basta con que sepamos que está en la Escritura. Debemos saber localizarla, escogerla de acuerdo con nuestras circunstancias. Dios habló a los hombres en circunstancias concretas. Y hoy también lo hace. Cuanto mejor conozcamos la Palabra, mejor oraremos y ayudaremos a orar.

Escuchar lo Palabra es saber leerla. Cada lector debe darse cuenta de que es una especie de sembrador, Y cada semilla hay que depositarla en la tierra de la forma yen la cantidad precisa. Por eso, al leer, debemos cuidar de hacerlo despacio y ajustándonos en el tono de voz al tipo de texto que leemos.

Escuchar la Palabra es saber acogerla. La Palabra, como la simiente, es como un niño que precisa todos los cuidados para que se arraigue en la vida y crezca, Propongo un método sencillo:

◊ Una vez escuchada, repitamos trozos de esa palabra en nuestro interior.

◊ Pasémosla después a nuestro corazón) intentando sintonizar con los sentimientos que tuvo, por ejemplo, Cristo, en el momento de pronunciarla.

◊ Deja que esa Palabra recorra todos los rincones de tu vivir, sobre todo los más resecos.

◊ Esa misma Palabra que Dios nos ha dicho, devolvámosela a El. Entablemos conversación amistosa con El a propósito de ella.

◊ Hasta llegar, si es posible, a un momento de contemplación en que tan sólo le miremos nos sintamos mirados, en que nos quedemos amándole.

Un libro de Oración

Ningún libro como la Biblia ha recogido la sonoridad de la voz de Dios. Decía San Ambrosio: "Cuando oramos, hablamos con Dios; y cuando leemos las palabras divinas, le escuchamos. En la historia de Israel, Dios nos viene hablando de muchas maneras, hasta que pronuncia la Palabra definitiva: Cristo. Él nos lo dice, por fin, todo".

Su primer gran mensaje es que Dios es un ser tratable. Y nos da luego una noticia: Dios se nos aparece no en visiones extraordinarias, sino en los diversos acontecimientos de nuestras vidas. Por fin nos demuestra que orar es posible: Nos presenta a Dios como Creador [Sal. 8], Padre [Lc. 11, 1; Rm. 8, 14]; compañero de nuestro caminar [Rm. 8, 28]. Nos revela lo que somos: creaturas e hijos suyos, colaboradores, hermanos entre nosotros [Mt, 23,80]. Nos da la certeza de la ayuda del Espíritu para poder orar [Rm. 8,26; Gal 4,6]. Nos garantiza la intercesión de Cristo [Hb. 7, 25] que ha prometido estar en medio de nosotros reunidos en su nombre [Mt. 18, 20] y sobre todo nos descubre al propio Dios en nuestra interioridad [Jn. 14, 23].

La Biblia nos ha transmitido preciosas oraciones, que no son simples fórmulas del pasado, son también nuestras porque:

◊ Son Palabra de Dios viva y eficaz [Is. 56, 8-9; Hb 4, 12].

◊ Brotaron de una vida de fe que es también la nuestra;  todas las realidades, grandes o pequeñas, de la vida, han quedado en la Biblia para enseñarnos a orar también a nosotros desde las nuestras propias.

Por otra parte, para que cada pasaje de la Escritura que nos impacte, podemos fácilmente convertirlo también en oración, siguiendo, por ejemplo, las pistas dadas anteriormente: convirtiéndolo en una frase que repitamos hasta interiorizarla, y saltando desde su contenido a la súplica, el agradecimiento o la alabanza.

La Biblia es también un desfile de grandes orantes. Hombres de carne hueso como nosotros que alcanzaron el adjetivo de creyentes: Abraham, Moisés, David, Elías, Isaías, Jeremías, Juan Bautista, María, los Apóstoles, Pablo,… En otras ocasiones no son las personas, es el pueblo mismo quien muestra toda su capacidad de fe. Y tanto al pueblo como a las personas, los vemos compartir esa fe en o oración.

Lo importante es que adoptemos una actitud bíblica al orar:

◊ Reconocemos siempre yen todo lugar a Dios como el ser en quien vivimos, nos movemos, existimos.

◊ Buscamos su voluntad en todos los acontecimientos.

◊ Contemplamos a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños.

◊ Interpretamos todo lo temporal a la luz del fin último del hombre.

El argumento del Libro

La Biblia nos habla de la Alianza entre Dios y el Hombre. Es el relato de una experiencia histórica que un pueblo, formado de personas concretas -Jesús es el núcleo central- han hecho de Dios. Este es, pues, el mensaje central: la relación entre Dios y los hombres.

Nos habla, por tanto, de qué representa el hombre, del valor que tiene esta pequeña criatura a los ojos de Dios; pero también de lo que representa. Dios, cómo es invocado, encontrado y traicionado por el hombre. Todo esto se expresa con una palabra: Alianza.

Podemos decir que capta el mensaje central quien en la Biblia sabe responder a estas preguntas: ¿Qué rasgo de Dios surge en este texto? ¿Qué rasgo de pueblo, de persona? ¿Qué aspecto de la relación entre ambos se pone de manifiesto?

La Biblia nos comunica ciertas constantes que definen el comportamiento de Dios y del hombre:

◊ Dios es Aquel que ha tomado siempre la iniciativa.

◊ El hombre es quien acoge y responde, disponiéndose por medio de la fe a escuchar confiadamente a Dios.

◊ El hombre rechaza a Dios con frecuencia: peca y es castigado.

◊ Dios nos acepta el rechazo del hombre: da el castigo.

◊ El hombre grita a Dios. Es la conversión.

◊ Dios perdona al hombre, rehace su alianza, es misericordioso y fiel.

En esta historia que se presenta como un círculo fatal, hay uno de entre nosotros, Jesucristo, que ha logrado mantenerse siempre fiel a Dios, y ha establecido así una Alianza nueva entre Dios y el mundo, y aunque se de la posibilidad de volver a romper la alianza, Jesús nos exhorta a rehacer el camino de la conversión y a reencontrar el perdón de Dios, reconciliándonos con El.

En resumen: la Biblia narra la historia de nuestra salvación, o también la historia de la pedagogía de Dios, o la historia de los encuentros rechazados entre Dios y el hombre.

¿Por qué nos habla hoy?

Dios nos habla para nuestra salvación, porque nos es cercano, porque es bueno… Más en concreto la Biblia atribuye a Dios tres verbos que definen su acción y nuestra respuesta:

◊ Dios habla para iluminar al hombre, para enseñarle la verdad de Dios sobre la vida humana, sobre su destino.

◊ Dios habla para convertir al hombre, mostrándole con firmeza con amenazas a veces siempre con amor sus caminos equivocados, invitándolo a rehacer la vía que conduce hacia El.

◊ Dios habla para animar al hombre, para darle fuerzas y esperanzas en el difícil camino de la vida, Así el hombre hace la experiencia de un encuentro de esperanza y dice, a pesar de sus pecados comprobados: "Si me quieres hablar, Señor, es porque me amas y porque quieres que te ame también yo".

Al leer sus páginas, no esperemos encontrar la solución detallada para todos nuestros problemas, ni tampoco unas normas claras y definidas sobre cómo actuar y comportarnos en cada situación concreta de nuestra vida. Lo que la Biblia nos ofrece fundamentalmente en cada una de sus páginas es un estilo de vida. Nos presenta al hombre abierto a la presencia de Dios en su vida, atento a socorrer las necesidades del hermano, que vive los problemas de cada día con gozo y con paz interior porque tiene puesta su esperanza en Dios, sabe que no defrauda. Al leer la Biblia, ésta nos invita a reproducir en nuestra vida ese mismo estilo de vivir, a hacerlo nuestro tal como lo vivieron los grandes creyentes en le la antigüedad: "Llevad la Palabra a la práctica y no os limitéis a escucharla; engañándoos a vosotros mismos, pues guíen escucha la Palabra y no la pone en práctica se parece a aquel que se miraba en un espejo, y apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era" [St. 1, 22-27]

O como dice el Padre Claret: "Cuando medites, te has de portar por el estilo que haces cuando aprendes a escribir, que miras la muestra y luego escribes las letras, y con la misma perfección. Así también mirarás la muestra, que es Jesucristo y liaría, y en tu corazón escribirás todas aquellas virtudes que ves en la muestra u original, y las practicarás con la misma perfección" [Colegiala, 92].

Actitud Bíblica Orante

¿Qué entendemos por tal actitud? Es el deseo de ir logrando, bajo la luz de la fe y mediante la meditación de la Palabra de Dios, una visión de la realidad que nos esté descubriendo continuamente a Dios y ofreciéndonos un punto de referencia para examinar y juzgar nuestra vida personal social. Es la ilusión de llegar a orar como Jesús oró.

Esta contemplación bíblica no se debe reducir a algo meramente intelectual, ya que la revelación no es la manifestación de verdades sino la comunicación de una Persona, que se acerca a nosotros. Ni tampoco a algo meramente intimista, pues de lo que tratamos es de percibir la acción de Dios en la historia de cada día. Señalemos algunos elementos de esa actitud bíblica orante:

◊ Actitud Contemplativa. Capaz de detectar y reconocer siempre y detrás de cualquier apariencia a ese Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos. [Hch. 17,28]. Que busca y descubre su voluntad en los acontecimientos. Que percibe a todos los hombres como prójimos; más aún que descubre a Cristo presente en todos ellos. Que logra discernir el verdadero valor de todas las realidades temporales, tanto consideradas en sí mismas, corno en relación con nuestro fin último.

◊ Actitud de Fe, Esperanza y Amor. Viendo toda la vida personal y social al trasluz del Evangelio. Pasando todas las opciones riesgos del que ora por la incertidumbre de la fe. Y desembocando en amor concreto a los demás.

◊ Actitud Comunitaria. Que asume como propia la historia entera del Pueblo de Dios. No somos los primeros, ni menos soy el único, en vivir, luchar y orar. Que recuerda el acontecimiento original de su fe, en el éxodo y la Pascua de Jesús, su muerte y resurrección. Que celebra su acción de gracias Eucaristía para lanzarse hacia, una comunidad eclesial más fraterna y una sociedad más renovada. Que trae consigo a todo momento de oración las exigencias sociales de la contemplación de un Dios que pide respuestas de amor concreto y eficaz a situaciones reales, que hace, en fin, de esta misma oración, un acontecimiento diario con consecuencias prácticas y tangibles para la propia vida persona para los demás.

◊ Actitud Profética. Que recuerda las invectivas de los profetas contra el falso culto: el que honra a Dios solamente con los labios o pretende aplacarla sacrificando corderos y toros. Que huye de todo ritualismo. Que detesta este tipo de oración que busca sólo el propio consuelo o la descarga emocional. Que denuncia la injusticia, la alienación y propugna Las reformas sociales necesarias que sanean también La oración comunitaria.

◊ Actitud de Esperanza. Apoyada en el Dios que nunca falla. Que está llena de seguridad a pesar de que el camino se haga a veces oscuro y desconcertante. Y pese a que haya momentos de desaliento y pesimismo. [Ez. 37, 11]. Que recuerda la inquebrantable fidelidad de Dios. Que en Jesús recibe una promesa hecha primicia por el Espíritu, y que por Lo mismo se traduce en nueva oración, nueva Alianza, nueva confianza. Él que nos entregó a su propio Hijo, cómo no nos va a conceder tal o cual cosa [Rm 8, 5]. Que busca en los signos de los tiempos alguna orientación que permita al orante dirigir su compromiso y colaboración.

◊ Actitud de Valentía y Coraje. En el Ap. 3,10 leemos: "No temáis en la prueba. Yo he vencido". Y por eso se nutre de esa certeza en el triunfo. Hace al orante testigo que sigue los pasos de Jesús hasta superar el miedo al mal ya la misma muerte. Clama constantemente: ¡Ven, Señor Jesús! con una esperanza humilde y activa.

Pistas para orar

Lectura de Mt. 4, 1-11. Este pasaje nos dice cuáles son los caminos para extender el Evangelio y construir el Reino: no Los de la facilidad, sino Los de Jesús. Nos muestra también Las grandes tentaciones de la Iglesia y de los cristianos: la riqueza, la gloria, el poder. Los tres tienen en común la utilización de Dios en provecho propio. Nos enseña, por el comportamiento de Jesús, cómo enfrentarnos a las tentaciones y vencerlas:

◊ Ante todo con la fuerza de Dios y de su Palabra. Jesús responde a cada tentación con la Palabra de Dios.

◊ Desde el primer instante, con energía, sin parlamentar con el enemigo.

Imagina la escena contempla a Jesús tentado, probado, débil, carente de ventajas, humanamente vencido. Pasa un rato largo en la contemplación amorosa. Sentir a ese Jesús tan humano, tan cercano, tan como nosotros. Admíralo, quiérelo, decídete por El. Dile todo lo que surge en tu corazón.

En segundo lugar, me imaginó a mí mismo en el “desierto” y me veo atacado por mis propias tentaciones, debilidades, dificultades. Identificarlas. Aceptarlas. Presentarlas a Jesús. Pedirle ayuda con confianza o insistencia. Darle gracias por la ayuda que te ha prestado a menudo.

Recorro los puntos anteriores, tratando esta vez de centrarme en las tentaciones que se presentan en mi familia, en mi comunidad, en mi Parroquia, en la Iglesia, en mi trabajo, Presentarlas también en oración al Señor y tratar de descubrir en ellas un "reto" un mensaje de Dios.

Sumo y único bien mío, mi Dios,

¿Qué ciego he sido hasta, ahora!

No te he conocido a Ti ni a tu amor.

Ahora sí te conozco:

¿Cómo puedo corresponder a tu amor con un amor tan mezquino como el mío,

 pero más sincero que hasta hoy?

Mírame aquí a tus pies para ofrecerte

el sacrificio de mi corazón,

que es un regalo de tu bondad y tu amor.

Yo te amo con todo mi afecto,

con toda mi alma, con todo mi entendimiento

con todas mis fuerzas.

Ten piedad de mí porque yo no anhelo

otra cosa que amarte con todo mi ser.

Amén.

Revista Signo, n. 34 2010 julio-agosto, 39- 43.

 

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