maría y la religiosidad popular 

Mons. Juan del Río Martín, anterior obispo de Asidonia – Jerez dictó una conferencia que ahora reproducimos y que lleva por título, “María y la Religiosidad Popular”. La redacción se ha visto obligada a resumir la conferencia que por sí sóla sería para un número monográfico de nuestro BOLETÍN.

1. La Iglesia tiene una profunda estima por la religiosidad popular

La religiosidad popular es la mejor prueba de lo muy arraigada que está de forma natural y espontánea la religión en el alma del hombre, en el alma de todos los pueblos. No hay pueblo sin sentimientos religiosos, y no hay pueblo en el que la religión no forme parte de su alma y su cultura. Con independencia de cuál es el contenido, diríamos dogmático, de esa religión, la religión forma parte del sustrato cultural de los pueblos y naturalmente se expresa, dando pie a manifestaciones concretas del sentimiento religioso, expresiones diferentes según los pueblos y las épocas.[1]

La Iglesia no puede menos que estimar en mucho aquello que constituye una prueba fehaciente del carácter espontáneo y como natural de la religión globalmente considerada. En muchísimos pueblos la religiosidad no es hija de la cultura sino la madre y la inspiradora de esa cultura.[2]

2. Los orígenes de la religiosidad popular

A la experiencia de la inseguridad de la existencia humana y de la imposibilidad de disponer de ella responde la creencia en poderes superiores, es decir la religión. La naturaleza de esos poderes es interpretada en función del mundo que nos rodea y por ello surgen diferentes religiones, como interpretaciones de un mismo sentimiento, el de la vinculación o religación con unos poderes superiores de los que dependemos. Por ello hay que decir que un sentimiento general de lo divino precede a todas las pruebas de la existencia de Dios. La religiosidad popular nace ante todo de ese sentimiento de lo divino, que necesariamente tiene que ser vivido, expresado, celebrado. Con toda razón señala el reciente Directorio sobre la Religiosidad popular y la Liturgia, publicado por la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que Ala realidad indicada con la palabra religiosidad popular se refiere a una experiencia universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas está siempre presente una dimensión religiosa” (DRPL 10).[3]

No puede olvidarse que siendo el primero y principal de los mandamientos el de amar a Dios sobre todas las cosas, este amor no puede reducirse al ámbito de lo interno y puramente espiritual sin olvidar la naturaleza también corporal del hombre. El amor religioso, el amor a Dios, no es un puro sentimiento recogido en el fondo del corazón, sin traducción alguna sensible, como querían los deístas en su intento de acabar con todas las manifestaciones externas de la Religión. El amor a Dios es un acto completo del alma y del cuerpo, del hombre entero, una entrega absoluta a Dios. El culto externo es tan necesario como la misma religión de la cual es forma. Admitida la existencia de Dios, se sigue con lógica interna de la razón y del corazón la necesidad de la religión, en la que Dios es adorado, amado y servido, y a ello se le llama culto. Este se puede tributar por medio de actos internos de sumisión, respeto, alabanza etc. o por medio de actos exteriores en los que cada religión a tono con la idiosincrasia de los pueblos ha abundado de formas diversas. Es la propia naturaleza la que inclina al hombre a manifestar con señales exteriores sus afecciones y sentimientos internos, y si esto se verifica en todas las cosas de la vida, con igual o mayor razón en la religión. Nada hay en el interior del hombre que no intente desvelarse hacia fuera por formas sensibles de expresión. A esto no es objeción la afirmación del Señor de que el Padre quiere ser adorado en espíritu y en verdad, porque la verdad del hombre es la verdad de su corporeidad tanto como la verdad de su espiritualidad. No sería verdadero un culto meramente exterior y de protocolo o ceremonia, pero no es puramente exterior el culto que refleja los sentimientos interiores de adoración y de amor. La Iglesia desde el principio ha visto en este culto exterior dos formas de significación, el culto público, que se hace por la Iglesia toda y en su nombre, y el culto privado que pueden realizar los individuos y los grupos en su propio nombre. Este segundo tiene la misma legitimidad del primero. No es tarea de la liturgia suprimir el culto privado, la devoción o la religiosidad popular. Es su tarea por el contrario orientarlo y vivificarlo, dándole orientaciones y contenidos, que lo autentifican y enriquecen. Liturgia y religiosidad popular no son dos realidades antagónicas, porque en definitiva beben de la misma fuente, la virtud de la religión.[4]

3. Nuestro pueblo tiene derecho a mantener todas sus tradiciones religiosas compatibles con el evangelio

La Revelación divina no solamente se inserta legítimamente en todas las expresiones de religiosidad compatibles con el evangelio sino que a su vez cuando es recibida por un pueblo con sinceridad comienza a ser vivida y expresada acorde con el genio de ese pueblo. Y entonces las expresiones de religiosidad popular no solamente lo son de sentimientos naturales sino que también lo son de aquellos sentimientos específicamente cristianos que el anuncio del evangelio ha suscitado en el alma del pueblo. Por ello, para explicar el origen de muchas de las expresiones de nuestra actual y concreta religiosidad popular no hay que acudir a los sentimientos de la religión natural sino a nuestros propios dogmas de fe que, creídos por el pueblo, son ahora celebrados y vividos a tono con las expresiones de su propia idiosincrasia. Estas expresiones, como nacidas del evangelio y compatibles con él, tienen existencia legítima en la Iglesia, y el pueblo cristiano tiene por ello estricto derecho a su conservación, incluso si no coinciden con la concreta espiritualidad que personalmente vivan sus pastores.

4. La figura de la Virgen María no procede del paganismo sino del evangelio

La religiosidad popular que tiene por centro a María no celebra una diosa-madre transformada por obra del evangelio en la Madre de Jesús. La Virgen María no es un mito sino una figura histórica y no llegó al cristianismo luego de que éste hubiera tenido contactos con aquel paganismo al que poco a poco sustituyó en el Imperio Romano sino que como tal madre histórica de Jesús está presente en él desde el comienzo de la predicación evangélica. El evangelio de Marcos no deja de señalar que Jesús tenía una madre conocida dentro de la comunidad cristiana, María. Y el evangelio de Mateo deja muy claramente perfilada la figura de María como la Madre del Mesías, en quien se han cumplido las antiguas profecías. Pero destaquemos que el tercer evangelio, el de Lucas, compuesto no después del año 80 y según muchos antes ya del año 62, prueba la veneración en que era tenida la Madre de Jesús en la comunidad cristiana y cómo se la consideraba “llena de gracia”, “bendita entre las mujeres”, “dichosa por haber tenido fe”, y se asegura que se mostró disponible al plan divino (“Hágase en mí según tu palabra”, consciente de estar metida en la corriente de la historia de la salvación (“Magníficat”) y atenta a las cosas y sucesos de Cristo (“Guardaba y daba vueltas a todo esto en su corazón”). Los datos proporcionados por el cuarto evangelio (su presencia en Caná de Galilea y en el Calvario) con su alto valor simbólico nos vuelven a asegurar de la presencia de María en la primitiva comunidad cristiana. Ella es nada menos que la Madre de Jesús, y expresamente la llama Lucas “Madre del Señor”. Las escenas en que la piedad popular se detiene para mirar a María son escenas del evangelio: Anunciación, Visitación, Nacimiento de Jesús en Belén, Adoración de los Pastores y los Magos, Purificación y Presentación del Niño Jesús en el Templo, Pérdida y hallazgo de Jesús en ese mismo Templo, intercesión en las Bodas de Caná, presencia en la Pasión de Jesús, oración con los Apóstoles en el CenáculoY  Todas ellas son escenas del Nuevo Testamento. No ha necesitado la piedad cristiana acudir a ninguna mitología para inventarse a la Virgen o colorear su figura con los perfiles de alguna diosa. Cuando el pueblo cristiano oye en la lectura del evangelio que el Señor está con María (“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”), espontáneamente ha respondido: y nosotros también. Nosotros, el pueblo cristiano, también estamos con María. Y hace suya la actitud del discípulo amado que, cuando Jesús le dijo que María era su madre, “se la llevó consigo a su casa”.[5] También el pueblo cristiano se ha llevado a la casa de su devoción, su confianza y su sentimiento religioso a la Madre del Señor. De la predicación de Cristo que promete la vida eterna a quien le siga fielmente ha tomado base el pueblo cristiano para estar convencido de que, terminada la vida terrena de María, el Señor se la llevó consigo en cuerpo y alma. El pueblo cristiano ahora la siente en el cielo, al lado de su Hijo, unida a aquella oración continua con la que Cristo intercede sin cesar por nosotros. Digamos esto sin rodeos y sin ambages: no ha hecho falta alguna acudir a ninguna mitología de tipo pagano para poder esbozar y perfilar la figura gloriosa y estelar de María. Al pueblo cristiano le ha sobrado el evangelio, un evangelio predicado en la Iglesia, creído en la Iglesia, interpretado en la Iglesia y sentido con sentimiento unánime en la Iglesia.

La devoción a la Virgen María se ha desarrollado en la Iglesia como el propio dogma lo ha hecho, de modo homogéneo, es decir explicitando lo ya contenido en los datos iniciales, sin añadiduras de elementos exóticos o extraños. La enseñanza sobre María a que ha llegado la Iglesia deja intacta la predicación del kerigma primitivo, no le añade elementos que lo distorsionen o modifiquen, y se encuadra en ese marco de forma espontánea y natural.[6]

5. El lenguaje de la religiosidad popular

La religiosidad popular es rica en recursos a la hora de sus expresiones, y el que ese lenguaje sea espontáneo no quita que se preste a posteriores evoluciones hacia fórmulas más elaboradas.

Siguiendo el mencionado Directorio podemos decir que la religiosidad popular se expresa p. e. en gestos, como el de besar las imágenes o los lugares, las reliquias, los objetos sagrados, o el de las peregrinaciones como desplazamientos físicos de un sitio a otro, o las procesiones como recorridos de sentido religioso portando una imagen o rezando o cantando durante él (p. e. un rosario de la aurora o un viacrucis); incluso las formas de estas expresiones se acentúan a veces p. e. caminando descalzos, llevando una cruz etc; está igualmente la presentación de ofrendas como los cirios o las flores, o el vestir hábitos particulares o el llevar medallas o cruces al cuello o escapulariosY La devoción mariana utiliza todos estos gestos que, como formas de honrar o invocar a María, se usan normalmente en las comunidades cristianas.

Igualmente se expresa la religiosidad popular en los lugares especiales, como capillas, ermitas, santuarios en donde venerar e invocar a la Virgen Santísima o a los santos, y muchos de estos santuarios se han vuelto famosos no solamente en la comarca sino en el mundo. Piénsese en los grandes santuarios europeos como Fátima, Lourdes, El Pilar, Montserrat, Pompeya, Czestochowa etc. a los que se pueden unir los santuarios de América, como el de Guadalupe, y comienza a haberlos en África y en Asia. Se diría que es una tendencia espontánea que se instala con facilidad en la costumbre de cualquier pueblo evangelizado.[7]

Las imágenes sagradas son expresión favorita de la devoción popular. Millones de imágenes de la Virgen en el mundo acaparan la atención de los fieles, y en nuestra tierra en concreto p. e. en semana santa procesionan rodeadas de esplendor en sus pasos y en sus desfiles.

Los tiempos responden igualmente al interés de la devoción popular. Siempre es posible p. e. ir al Rocío a venerar a la Virgen pero tiene su tiempo una especial romería y peregrinación, y lo mismo dígase de las patronas de todos los pueblos con sus días de fiesta correspondientes o nuestras clásicas Dolorosas en los tiempos de Cuaresma y Semana Santa.

Todas estas expresiones y otras muchas se pueden reconocer en la religiosidad popular mariana, la cual ocupa un lugar destacadísimo dentro de la religiosidad popular general. Hay que decir que naturalmente María no es el objeto exclusivo de la religiosidad popular, que se dirige también al Señor como no podía ser menos, y se dirige también a los ángeles y los santos, a los que la Iglesia venera como asociados a Cristo en la gloria y la intercesión.

Pero qué duda cabe que en nuestra religiosidad popular la Virgen María ocupa un lugar de gran relieve.[8]

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[1] I. Muñoz, Religión y vida. El horizonte religioso en la actualidad (Madrid 1994) 124.

[2] Cf. J. del Río Martín, La Iglesia, espacio de esperanza para las culturas, ISIDORIANUM 8 (1999) 210-266.

[3]  Este Directorio es el telón de fondo de nuestra exposición, pero además tenemos presente otros documentos tales como: Concilio Vaticano II; Pablo VI, Exh. Apost. Marialis Cultus, 1974; Id, Exh. Apost. Evangelii nuntiandi, 1975; Juan Pablo II, Exh. Apost. Catechesis Tradendae, 1979; ID, Discurso en la Visita “ad limina” de los Obispos del Sur de España, 1982; Id, Carta Enc. Redemptoris Mater, 1987; Id, Homilías en las visitas a los santuarios de España: Montserrat, Zaragoza, Guadalupe, Covadonga, Santiago, El Rocío; Obispos del Sur de España, El Catolicismo popular en el Sur de España; El Catolicismo Popular; Las Hermandades y Cofradías, Documentos colectivos (Madrid 1989); Catecismo de la Iglesia Católica, 1992; Obispos de la Provincia Eclesiástica de Granada, A propósito de la Religiosidad Popular. Pastoral Colectiva, Boletín Interdiocesano 1987; Secretariado Nacional de Liturgia, Religión popular, piedad popular y liturgia, PASTORAL LITÚRGICA 167-168 (1987) 16-34.  

[4] C. Amigo, A. Gómez Guillén, Religiosidad popular. Teología y Pastoral, (Madrid 2000) 13-25.

[5] Cf. A. M0  Calero María, modelo de discípulo. El compromiso de la formación en las Hermandades: I CONGRESO INTERNACIONAL DE HERMANDADES Y RELIGIOSIDAD POPULAR, Libro de Actas, (Sevilla 27al 31 de Octubre, 1999) 105-112.

[6] “A la región andaluza se le suele llamar tierra de María Santísima. Son incontables las formas populares, las advocaciones, los lugares de devoción y los diversos sentimientos populares que se expresan con ellas”. Obispos del Sur de España, El Catolicismo popular en el Sur de España, n. 15,4.

[7] Cf. DIRECTORIO PASTORAL DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR Y EVANGELIZACIÓN. (Diócesis de Jaén, 1995) 135-145; DIRECTORIO DE PASTORAL DE SANTUARIOS DE LA DIÓCESIS DE OURENSE, PASTORAL LITÚRGICA 263 (2001) 43-54; 264 (2001) 18-36; R. González, Religiosidad popular y santuarios, PHASE 239 (2000) 417-425; J. Aldazábal, La pastoral litúrgica en lo santuarios, PHASE 250-251 (2002) 371-389.

[8] C. Amigo, A. Gómez Guillén, Religiosidad..., o.c., 35-42.

 

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