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«Según el Magisterio, la piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y de la Iglesia: su fuente se encuentra en la presencia continua y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial; su punto de referencia es el misterio de Cristo Salvador; su objetivo es la gloria de Dios y la salvación de los hombres; su ocasión histórica es el "feliz encuentro entre la obra de evangelización y la cultura". Por eso el Magisterio ha expresado muchas veces su estima por la piedad popular y sus manifestaciones; ha llamado la atención a los que la ignoran, la descuidan o la desprecian, para que tengan una actitud más positiva ante ella y consideren sus valores; no ha dudado, finalmente, en presentarla como "un verdadero tesoro del pueblo de Dios».

(Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 61)

 

Manuel Pozo Oller es sacerdote diocesano de Almería (España). En la actualidad es párroco de Nuestra Señora de Montserrat de la Ciudad de Almería y profesor de Teología.

 

El Contexto familiar y Religioso de Jesús

Con frecuencia el amor a Jesucristo nos hace olvidar su naturaleza humana e idealizar su vida olvidándonos que “si ocupó el último lugar” supone sin duda abajarse a la vida ordinaria de cada ser humano, de su entorno familiar y social, en un aquí y ahora concreto. La presente colaboración ofrece una reflexión sobre la importancia de la familia en la vida de Jesús tal y como lo es para todo ser humano. En el ambiente familiar Jesús se siente amado y fortalecido para su misión. Finalizaremos nuestra reflexión deteniéndonos someramente en la Iglesia ya que humanamente hablando la comunidad fundada por Jesucristo es una familia y ciertamente la familia de Nazaret fue ensayo y prototipo de la gran familia de corazón universal que nació en Pentecostés. 

Jesús nació y creció en el seno de una familia

Jesús nació en el seno de una familia de piadosos israelitas. De José, su padre adoptivo, se dice expresamente que era un hombre honrado (Mt 1,19) y de su madre se hacen las mejores alabanzas (Lc 1,28.42-45). Se trataba de una familia unida, que supo soportar la adversidad en silencio y con fe (Mt 1,19-20), que se mantuvo firme en la persecución (Mt 2,13-21), y que siempre se comportó como gente piadosa y observante (Lc 2,21-24.41). En una familia así, creció y se educó Jesús (Lc 2,39-40. 50-52), siempre bajo la autoridad de sus padres (Lc 2,51).         

Criado y educado en este ambiente, nada tiene de particular que Jesús, durante su ministerio público, hablara con frecuencia de la familia. Emplea comparaciones familiares para explicar su doctrina sobre el reinado de Dios y la bondad asombrosa del Padre del cielo: Dios es como el padre que está siempre dispuesto a escuchar a sus hijos (Mt 7,9; Lc 11,11-13) o a recibir y perdonar al hijo que se va de la casa y malgasta la fortuna (Lc 15,20-32); porque Dios es el padre de todos (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.6.8.9; etc), y todos los hombres somos hermanos (Mt 23,8-9). 

Jesús hablaba desde su experiencia de familia

Jesús habla también del padre que envía a sus hijos al trabajo (Mt 21,28-31) o a su hijo único a cobrar la renta de una propiedad (Mt 21,33-37); Mc 12,5-56; Lc 20,13-14). Del padre que descansa con sus hijos (Lc 11,7) o del cabeza de familia que saca de su arca lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52). También habla de las fiestas de bodas (Mt 22,2-3; Lc 14,16-24; Mc 2,19; Lc 5,34; Mt 25,1), de mujeres que están embarazadas o criando (Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23), de los dolores de parto y de la alegría de la maternidad (Jn 16,21); del hermano que se preocupa por la suerte de sus hermanos (Lc 16,27) o de los hermanos que no se llevan bien entre sí (Lc 15,28). De los hijos que desatienden a sus padres (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6) o, por el contrario, de los buenos hijos que son conscientes de sus deberes familiares (Mc 10,19; Mt 19,19; Lc 18,20). Casi todas las situaciones familiares y las relaciones humanas que ellas implican, son asumidas por Jesús para explicar a sus oyentes el significado de su mensaje.

Pero las enseñanzas de Jesús sobre la familia van mucho más lejos. Porque en los Evangelios hay toda una serie de afirmaciones en las que Jesús defiende las relaciones de familia o asume tales relaciones como modelo de comportamiento para sus discípulos. Así, Jesús defiende la estabilidad del matrimonio al afirmar que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mt 19,4-6; Mc 10,6-9) o al decir que quien repudia a su mujer comete adulterio (Mt 5,31-32). Es más, Jesús afirma que quien mira a la mujer ajena excitando el propio deseo comete adulterio en su interior (Mt 5, 28), porque es del propio corazón de donde brotan las malas acciones, concretamente los adulterios (Mc 7,21-22).

Jesús presenta también el modelo del padre que quiere tanto a sus hijos que pone a disposición de ellos todo lo que tiene (Lc 15,31-32); y el modelo del hijo que hace siempre lo que ve hacer a su padre (Jn 5,19-20). Censura el comportamiento de los hijos que se desentienden de sus padres y no les prestan ayuda (Mt 15,3-6; Mc 7,10-13). Elogia a quien es consciente de sus obligaciones familiares (Mt 19,19; Mc 10,19; Lc 18,20); y envía a un recién curado a anunciar entre su familia las maravillas que el Señor ha realizado en él (Mc 5,19; Lc 8,38-39).

La comunidad fundada por Jesús es una familia

Y todavía hay algo más: Jesús no se cansa de presentar las relaciones mutuas de los creyentes como relaciones de hermanos, que son capaces de superar todo enojo (Mt 5,22), que se perdonan siempre (Mt 18, 21; Lc 17,3) y se aceptan mutuamente (Mt 5,23-24), sin fijarse en defectos o fallos personales (Mt 7, 3-5; Lc 6, 41-42). Ello es señal de que la relación fraterna es para Jesús una forma de relación ejemplar, hasta el punto de que él mismo se considera hermano de todos (Jn 20,17; ver 21,23).

Jesús sabe que el hecho de la familia es decisivo en la experiencia y en la vida de los hombres. Por eso, habla frecuentemente de las relaciones familiares como modelo para explicar lo que es Dios o el reinado de Dios en el mundo. Y así, las relaciones del esposo, padre, madre, hijo, novio, hermano, aparecen repetidas veces en boca de Jesús cuando habla del reinado de Dios, de lo que es Dios para los hombres, de lo que éstos tienen que ser ante Dios, o de lo que todos debemos ser, los unos para con los otros. Desde nuestras experiencias en la vida de familia podemos todos comprender, de alguna manera al menos, lo que deben ser nuestras experiencias ante Dios y ante los demás. La familia es fuente de vida y fuente de alegría por la vida que transmite. En ella está Dios. Es un espacio humano privilegiado donde nace, crece y se cultiva el amor. Y con el amor, la felicidad, la generosidad, la entrega de unas personas a otras, la responsabilidad ante las propias tareas y obligaciones, la piedad honda y sincera. Todo esto es, no sólo importante, sino incluso decisivo en la vida de los hombres. Y Jesús lo sabe, lo reconoce y con frecuencia habla de ello.

A Jesús preguntaron un día dónde vivía. Él contestó: “Venid y los veréis”. Igualmente ante tantos interrogantes que en estos últimos tiempos surgen los cristianos podemos ofrecer al mundo una familia, un hogar, donde aprender a amar “con un corazón universal”.

 

 “Jesús sabe que el hecho de la familia es decisivo en la experiencia y en la vida de los hombres. Por eso, habla frecuentemente de las relaciones familiares como modelo para explicar lo que es Dios o el reinado de Dios en el mundo”.

 

Espiritualidad de la peregrinación

A pesar de todos los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la peregrinación conserva en nuestro tiempo los elementos esenciales que determinan su espiritualidad:

Dimensión escatológica. (…) La peregrinación ayuda a tomar conciencia de la perspectiva escatológica en la que se mueve el cristiano, homo viator: entre la oscuridad de la fe y la sed de la visión, entre el tiempo angosto y la aspiración a la vida sin fin, entre la fatiga del camino y la esperanza del reposo, entre el llanto del destierro y el anhelo del gozo de la patria, entre el afán de la actividad y el deseo de la contemplación serena.

El acontecimiento del éxodo, camino de Israel hacia la tierra prometida, se refleja también en la espiritualidad de la peregrinación: el peregrino sabe que "aquí abajo no tenemos una ciudad estable" (Heb 13,14), por lo cual, más allá de la meta inmediata del santuario, avanza a través del desierto de la vida, hacia el Cielo, hacia la Tierra prometida.

(Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 286)

 

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