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Páginas para la Oración

Presentamos el trabajo realizado por grupos de unas 12 personas.  Cada grupo reflexionó sobre uno de los temas, coincidentes con las “claves de identidad” de la Familia del Hermano Carlos. Se trataba de reflexionar sobre estos textos del Hermano Carlos, siguiendo más o menos las pautas que se ofrecen al final de cada uno de los temas. 

 Preguntas para la reflexión y la oración

¿Qué textos del Evangelio nos recuerdan estos escritos?

¿A qué situaciones de hoy  nos remiten?

 ¿Qué me dicen a mí concretamente?

 

[VII]

Contemplativos en el corazón del mundo que Dios ama

 

Mc 12, 17. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”…

Demos a Dios lo que es de Dios, es nuestra primera obligación… y en este “debido” entra la oración: se la debemos ineludiblemente: ya que es a Dios que la debemos, que pase ante toda otra cosa.  Consagremos ampliamente cada día  a la oración todo el tiempo que debemos consagrarle… todo nuestro tiempo, todos nuestros instantes son de Dios y deben ser empleados de la manera que más le glorifique, pero los que están consagrados a la oración son aún más especialmente suyos, porque solo están ocupados en su pensamiento, en su servicio, y esta parte de nuestra vida se exhala como un perfume destinado a Él sólo, en pura pérdida de nosotros mismos, podríamos decir… Así, a menos de una voluntad expresa de Dios, no distraigamos nunca a otro empleo,, ni que sea piadoso, el tiempo que hemos decidido emplear en la oración, porque el tiempo de la oración es el más santo, el más sagrado de todos.

27 de enero. Aquí está de nuevo la noche, Señor Jesús. Está oscuro, hace viento, todo se calla excepto el viento…Dios mío,  qué luz, qué calma y qué dulzura se encuentra a vuestros pies… La naturaleza tiembla y se atormenta, pero  ¡qué paz a vuestros pies! ¡Qué feliz soy! Son las 8 de la tarde: durante doce horas no tengo más que hacer que estar a vuestros pies, miraros, deciros que os amo. Dios mío, haced que dé al reposo la menor parte posible de este tiempo bienaventurado de la noche, concededme esta gracia, Dios mío, pues es muy dulce velar a vuestros pies. Señor, hacedme pasar esta noche y todas mis noches como vos lo queréis de mí…

Haced que permanezca, Señor, en el secreto de vuestro rostro: lo haré conservando sin cesar el pensamiento de vuestra presencia… haciendo de mi vida una oración perpetua… realizando las obras exteriores que mi deber quiere que haga pero pensando que no son más que una figura que pasa, una vanidad que parte en humo, que no son lo profundo de mi vida; el fondo de mi vida es estar escondido en el secreto de vuestro rostro, es contemplaros constantemente. Haced que vea la vanidad de todo lo que no sois vos, no dejéis que mi corazón y mi espíritu estén apegados, ni siquiera por distracción, a lo que no es vos; recogedlos sin cesar, cogedlos como un pájaro coge sus pequeños,… y que, sea lo que sea que vuestra voluntad me mande hacer exteriormente, interiormente esté siempre a los pies del sagrario, escondido en el secreto de vuestro rostro.

El amor tiene sed de adorar, de postrarse, de empequeñecerse a los pies del Amado; tiene sed de darse, de poner a los pies del Amado todo lo que tiene y todo lo que es: esta postración, y este don total de sí mismo, contienen la obediencia perfecta: el amor resiente una necesidad irresistible de no existir ya más para uno mismo, de fundirse y perderse en el Amado.

Mt 1, 16. ¡Qué agradable es estar a solas con el Amado! ¡Qué bueno es sumergirse silenciosamente en la contemplación de aquel a quien se ama! ¿Quién lo ha comprendido como María y José? Nadie, excepto Jesús, ha amado tanto como María. Nadie ha practicado como ellos el silencio, el recogimiento, la soledad…

Mt 2, 11. La oración, la contemplación, forma necesariamente parte del amor: es su compañera natural, inseparable; cuando amamos, miramos sin cesar al ser amado, no podemos separar los ojos de él; estamos delante de él en una contemplación a la que no quisiéramos poner fin: cuanto más amamos, más contemplamos; y cuanto más contemplamos, más amamos. Orar sin cesar es amar sin cesar; la mejor oración es la que contiene más amor, que sea a los pies del altar o en medio de mil ocupaciones materiales, poco importa, la mejor es aquella en que amamos más. Cuando amamos tenemos sed de unirnos al ser amado, de fundirnos con él, de desaparecer en él.

Muchas gracias por el bien que me hace rezando por mí; muchas gracias por su afecto, por sus cartas: viendo que tengo necesidad de ser ayudado el Señor le inspira que lo haga, se lo agradezco a usted y le bendigo a Él. Continúe rezando por mí, lo necesito; cuento con usted. Rece mucho: cuando uno ama, quisiera hablar sin cesar con el ser amado, o por lo menos mirarle sin cesar. La oración no es otra cosa: la conversación familiar con el Amado: le miramos, le decimos que le amamos, gozamos estando a sus pies, le decimos que queremos vivir y morir con Él. Carta al P. Jerôme, 29-11-1896 

 

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