Encuentro de Guadix 2009 Oración de la mañana del domingo
1. Canto: Ven, ven Señor no tardes 4. Lectura: “El 1º de Diciembre, del año 1.916, era viernes, al caer la noche, estaba sólo en su casa, con la puerta. El Hermano Carlos abrigaba la certidumbre de que iba a ser atacado; y su deseo era morir por sus ovejas perdidas. Una veintena de Sinusitas rodearon la casa. El Madani, uno entre aquellos a los que le Hermano Carlos cuidaba, socorría y trataba como hermanos, llamó a su puerta. Confiado le tendió la mano y esta fue asida y aferrada fuertemente. Sacaron al sacerdote del fortín, amarrándole la mano al pie, quedó sentado contra la pared. Estaba impasible, sin pronunciar palabra. Todo duró menos de media hora. La llegada de unos militares hizo que se pusieran nerviosos lo atacantes y el muchacho que lo custodiaba le asestó un tiro en la cabeza. No se movió, ni gritó. Creí que no estaba herido; no fue sino unos minutos más tarde que vi correr la sangre y el cuerpo del padre se deslizó lentamente, cayendo de costado. Estaba muerto (R. Bazin” Carlos de Foucauld” Pág. 407 ss.) “La muerte de Carlos de Foucauld es como su vida, una muerte de todos los días, sin nada de extraordinario ni sensacional. El cumplimiento humilde y sencillo de lo que era, aquel día, la voluntad de Dios. Un suceso sin color: el enterramiento silencioso del grano que cae en tierra. (J. F. Six, Itinerario espiritual de Carlos de Foucauld, Pág.303ss) Tres semanas después se hallará a unos metros de donde fue asesinado, su pobre custodia con la hostia, enterrada en la arena. Imagen exacta de toda la vida y la muerte del Hermano Carlos, como Jesús a quien deseó apasionadamente imitar (Pág. 315) . “Al cabo de los días, cuando llegaron los soldados franceses, cerca de su cuerpo, enterrada en el suelo una pequeña custodia en la que aparecía guardada todavía la hostia consagrada” “Os lo aseguro, decía Jesús, si el grano de trigo no cae en tierra y no mere, que- da infecundo; en cambio, si muere da fruto abundante. Quien tiene apego a la propia vida, la pierde; quien no tiene ese apego, la conserva para una vida sin término. El que quiera servirme que me siga, y allí donde esté yo, estará también mi servidor y mi Padre lo honrará” (Jn. 12,24.26) |